viernes, 21 de mayo de 2021

No es lo que parece (o el arte de mentir bien)

 "Es bien sabido que el ser humano iba en taparrabos y no había pensamiento medianamente inteligente e ilustrado hasta que aparecieron los próceres de la izquierda.  Y que los inútiles filósofos griegos y demás intelectuales occidentales como Descartes, Kant y Nietzsche eran unos derechuzos y fachillas que no habían llegado al culmen del pensamiento fetén, conjunción astral brillante que llegó con los Marx, Engels y demás marxistas iluminadores del mundo mundial”. 

Obviamente este párrafo inicial entrecomillado es provocación pura y dura. Además de insultante y falso (mis disculpas por este fuerte inicio). Pero ha llamado la atención, que es lo que se pretende con la propaganda (además de mover conciencias y colocar el relato de turno). Y es el ejemplo perfecto de lo que son las fake news y propaganda, que no empezaron con Goebbels, un pardillo comparado con los actuales gurús y expertos en marketing y comunicación. Y comparado con los antiguos propagandistas, claro, que sabían mucho más que ese aprendiz patizambo, bajito y feo. 

A lo largo de la historia la propaganda ha estado al servicio del poder, de los intereses políticos y de la construcción social, moldeando nuestra opinión y manera de pensar. Ya en la noche de los tiempos el brujo y hechicero hacía una buena propaganda cuando le colocaba a su tribu el relato de dioses y espíritus a los que él y solo él tenía acceso mientras entraba en trance con hierbas, drogas y mejunjes varios. Se colocaba, vaya (los “fisnos” y eruditos hablarán de fenómeno cultural, religioso, histórico, social, etc.).  

La cosa mejoró con los faraones egipcios, que eran unos cracks en esto de montarse relatos del más allá mientras dejaban en las más acá pirámides, templos y demás obras a mayor gloria suya. De hecho, Ramsés II inventó las fake news cuando les hizo creer a sus súbditos que ganó en la batalla de Qadesh contra los hititas (mentira cochina porque la contienda acabó en tablas). 

Alejandro Magno también fue un digno continuador de esta costumbre. Y lo hizo tan bien que dejó para la posteridad una imagen épica de héroe. Falsa, claro, porque invadió el Imperio persa. Lo cual no impide que sea difícil encontrar en los escritos sobre él el calificativo de invasor. Y esto es así porque la palabra invasor sugiere algo contrario a la justicia y al derecho y Alejandro Magno, o sea los griegos, los occidentales, nosotros, los buenos, no invadimos (vuelvo a mi leit motiv del mono cabrón que invade, oprime, abusa etc.).  

También es falso que Alejandro pretendiera fusionar las culturas y pueblos griegos, persas, europeos y asiáticos por un interés humanístico. Como lo es que concertara matrimonios interétnicos de sus soldados por razones que no fueran estratégicas y políticas. Pero hete ahí que Alejandro lo hizo tan bien que a día de hoy nos lo creemos a pie juntillas (toma nota, Goebbels, pringao). 

Con Roma se inició la propaganda estatal y se alcanzó otro nivel. Y de hecho  el “Acta Diurna” (el primer periódico del que se tiene constancia), relataba las novedades políticas y sociales de la ciudad (propaganda incluida). Además del marketing de los emperadores romanos, que expresaban su poder a través de la escultura, moneda y obras públicas. Y para redondear la jugada hacían contrapropaganda condenando a los que no eran de su agrado a “condena de la memoria” (damnatio memoriae), eliminando todos los recuerdos del condenado (inscripciones, escritos, imágenes, etc.). 

Y en esto que llegó el cristianismo y su relato. La iglesia extendía su propaganda en iglesias y catedrales con éxito de crítica y público (como el Islam en sus mezquitas y el judaísmo en sus sinagogas). Y lo hizo de maravilla hasta que llegó el Renacimiento, el siglo de las luces, la Ilustración, la revolución francesa y esas cosillas sin importancia.  Y entonces la propaganda empezó a ser humana y no divina, porque como Dios había muerto según algunos, pues eso, había que anunciar cosas terrenales y no divinas. 

Ya en el siglo XX, las ideologías imperantes como el capitalismo, el liberalismo, el fascismo y el comunismo la utilizaron sin piedad. De Goebbels no hablaré, que todos conocemos sus 11 principios de propaganda. Ni del “nuevo hombre alemán” (ario y de raza superior, claro) y su “Nuevo Orden Europeo” (Neuordnung). Aquí hay que hablar de la mala interpretación que hicieron los nazis de la idea de “voluntad de poder” de Nietzsche y de algunas ideas de Hegel (otras fueron decisivas para el marxismo).  

Con la revolución rusa nació la idea del “nuevo hombre soviético”, paradigma altruista del nuevo hombre socialista y marxista, alejado del egoísmo burgués y capitalista. Décadas después, la propaganda castiza y cañí en la España franquista cristalizaba en la hoja parroquial del Nodo (inauguraciones de pantanos incluidas). Y como el arte no es ajeno a la propaganda, hay que reseñar que Dalí fue un propagandista cojonudo (de su propia obra, digo). Y mientras tanto, Hollywood nos incrustaba en el cacumen la propaganda yankee del “american way of life” (y nuestras cabecitas lo absorbieron, vaya que sí). 

En la actualidad la propaganda no es exclusiva de grandes genios y gurús de la comunicación. El más tonto fabrica relojes y ya no hace falta ser un lince como el lingüista Noam Chomsky ni hablar de sus “10 Estrategias de Manipulación Mediática” a través de los medios de comunicación de masas. En absoluto. Hoy lo hace hasta el último activista en redes. Y el ejemplo es la corriente del “wokismo o activismo woke” (otros lo llaman el nuevo reinicio). Woke (del verbo to wake, despertar) se refiere a haber despertado y tomado conciencia de los problemas de racismo, sexismo, feminismo e injusticia social. Una reedición del neomarxismo o marxismo cultural e ideas de la escuela de Frankfurt, pero mezclada con conceptos de feminismo, antirracismo y ecoactivismo. Todo ello centrifugado, tuneado y actualizado para hacer más apetecible y molona a esa izquierda que quedó huérfana tras el colapso de la URSS. 



Estos activistas woke de la nueva izquierda han reemplazado a la vieja izquierda tradicional marxista y han sustituido las cuestiones de clase por las de identidad, raza, género y sexo. Utilizan las redes de forma más emocional que racional (a los sentimientos no les importan los hechos y todo el conocimiento es un constructo occidental, blanco y heteropatriarcal). Y si alguien discrepa, lo hace por revisionismo histórico, revanchismo social o fascismo.  

Estos woke han sustituido la dialéctica de clases por una nueva terminología, como “heteropatriarcado, relato cristianocéntrico, cultura hegemónica, construcciones occidentales, heteronormatividad blanca, jerarquía de opresión, personas cis y transgénero”, etc. Como decía Focault, no hay conocimiento objetivo, sino solo epistemes o sistemas de conocimiento creados por grupos concretos para defender su poder. Y como la episteme actual se basa en la Ilustración, la filosofía europea occidental y sus valores (libertad individual, secularismo y método científico), hay que oponerse a ella, porque sería un artificio del hombre blanco, heterosexual, cristiano, occidental, machista y homófobo. Así que hay que desmontar todo para volverlo a montar desde cero. Una nueva episteme, un nuevo reinicio, porque la democracia liberal está podrida de raíz y no hay que mejorar ni ampliar sus valores, sino destruirlos y sustituirlos por otros nuevos.  

Y contra los wokistas está la propaganda antiwoke que hacen los ultras o neoliberales de la extrema derecha o derecha alternativa (alt-right). En estos grupos hay expertos en comunicación como Richard B. Spencer (un supremacista neonazi yankee) o Steve Bannon, el gurú propagandista de Trump, del Tea Party y fundador del medio ultraconservador “Breibart News”. O personajes como Le Pen, Salvini, Orban, Bolsonaro y demás populistas de partidos de ultraderecha. Incluido el nuestro: Vox. Por cierto, Bannon tiene en Bruselas la sede de “The Movement”, que “es un motor evangelizador” (de la extrema derecha, supongo). Y recordar que Bannon participó en la campaña del Brexit y fue el vicepresidente de Cambridge Analytica, la empresa de big data que utilizó los datos de millones de usuarios de Facebook para lograr un apoyo a la salida de Reino Unido de la UE. 

Así que entre wokistas y antiwokistas, nada nuevo bajo el sol, no hemos inventado nada y ser adanista en esto de la comunicación y creer que hemos descubierto el Mediterráneo, la Coca-Cola y el agua fría es una cagada. O no, porque la propaganda actual es muy sofisticada y sibilina y se basa en el “Neuromarketing, Marketing Emocional y Storytelling”. Se trabaja en las emociones y se crean historias para hacer sentir a los consumidores que son los protagonistas. Datos e informaciones que pasan directamente al tálamo y amígdala sin que procese el lóbulo frontal.   



No obstante, la propaganda tiene efectos secundarios que ni los mejores gurús de la comunicación aciertan a descifrar. Incluidos posibles efectos boomerang que nadie preveía. Verbigracia, la campaña electoral de Madrid, que la izquierda resumió en “el fascismo son los demás” (que recuerda la famosa frase de Sartre, pero madrileñizada) y que le salió regulín regulera. Por no hablar del trabajo titánico que hicieron Miguel Ángel Rodríguez e Iván Redondo. Éste último resume la propaganda en tres principios: evitar infundir miedo al votante, no producirle rechazo y suscitarle ilusión o esperanza. Algo así como ir directo a sus emociones y evitar que piense mucho (primero sentimos y después pensamos). O como ir derechito al sistema límbico evitando pasar por la corteza prefrontal, no vaya a ser que nos dé por pensar y jodamos el trabajo del publicista.  

¿Y qué podemos hacer frente a la propaganda? ¿podemos defendernos de ella? Es difícil porque el sistema es invasivo con sus mensajes y nos bombardea sin piedad. Pero no imposible. Claro que para ello tenemos que ser samuráis del rigor y detectives de la verdad. Lo cual supone esfuerzo, cultura y tiempo. Y la peña cada vez que oye la palabra esfuerzo o cultura se pone malita y le da un parrús o un jamacuco, porque lo fácil es dejarse llevar por el mainstream para que no colapse la sesera. 

Resumiendo, necesitamos satisfacer nuestras necesidades y la propaganda está ahí para anunciarlas, suscitarlas y provocarlas. Aunque sean subproductos falsos, de mala calidad y mercancía averiada. Ya lo decía Ana Torroja cuando cantaba “la gente busca nuevas sensaciones, comprar barato da una extraña excitación, busco entre los trapos, busco algo barato”. Un capitalismo de ficción, que diría Vicente Verdú. Un capitalismo de colorines que nos engaña para imponernos el jodido relato del poder, porque todos queremos imponer nuestra cosmovisión a los demás. Como decían Tears For Fears, “todos quieren gobernar el mundo”. Aunque sea engañando, añado yo. 

¡Malditos monos cabrones! ¡son mentirosos y manipuladores! 


Un Tipo Razonable