viernes, 27 de noviembre de 2020

La actitud frente al Poder



Paradojas:

Sabemos que el aire que impide que el avión avance más rápido es el mismo que le sostiene. Sucede que la palabra abstracta que permitió la construcción del ser humano es la que nos enreda y encadena.

Desde hace milenios, varias civilizaciones han tenido la intuición de que no hay respuestas definitivas a las preguntas que formulamos. Pero han sido las que se han aferrado a las respuestas más burdas, más demoledoras, las que han logrado una primacía sobre sus vecinos hasta convertirse en imperios. Desde las que se han inventado a un Dios Todopoderoso hasta la que ha afirmado su imperio a base de dólares que imprimían sin mayor garante que un sofisticado ejército dispuesto a imponer esa primacía en cualquier parte del mundo, con la ayuda de sus cómplices en cada país.

Los colectivos que sentían como fantasía a los Seres sobrenaturales y a las palabras grandilocuentes como "Honor, Gloria, Patria, Destino", no se libraron de la fuerza bruta de los Imperios que se expandieron a base de esas mentiras compartidas e impuestas.

En el nivel individual, los cómplices de los poderosos han medrado hasta lo indecible, como la Voz de su Amo (IDA), y cuanto más mediocres eran más han ascendido hasta un pasmoso nivel de máxima incompetencia y apabullante acumulación de corruptelas que les han hecho millonarios. ¿Para qué explicar dónde estamos los "pobres, pero honrados?: en la lucidez de un Diógenes que mira el juego de las vanidades y se espanta de que eso acabe contagiando a sus hijos.

El Poder y la impotencia:

Ambas son palabras que se retroalimentan: juntas definen la desmedida injusticia del desequilibrio entre unos pocos y la mayoría. Quizás una excepción pudo ser los tiempos de los colonos en norteamérica: 

cada uno era dueño de una tierra que le bastaba para vivir y su mundo era tan concreto como producir y vender sin someterse a otro dueño que no fueran los vaivenes del mercado. Ahora todos dependemos de los demás, ningún empleo está garantizado por más que alguien se dedique a él en cuerpo y alma, ningún ahorro está libre de los juegos de inflación o especulación.

Puede ser que la clave estribe en el valor que le damos a ese concepto, de Poder, como si estuviera al alcance de nuestra mano expandir nuestro control más allá de lo inmediato de nuestra vestimenta o acciones cotidianas. Un campesino tiene claro que a él le toca participar en el ciclo de la tierra, y se limita a acertar en la siembra, cuidados y recolección basándose en la sabiduría ancestral o en las nuevas tecnologías, pero no pretende transformar sus tierras de cereal en una plantación de frutales si el clima lo hace imposible.

Pero sucede que, con la cabeza a pájaros por las novelas, la tele y ahora las pantallas, hoy cualquiera tiene los delirios de grandeza de controlar lo que le rodea: definir sus relaciones con el jefe, elegir al político que encabezará su Administración, transformar su entorno a imagen y semejanza de sus sueños y elucubraciones.

Una perspectiva, tres actitudes:

Nadie niega el cambio climático, se sabe que ya es inevitable una crisis debida al calentamiento global, al abuso de los recursos naturales, a la contaminación y a la explosión demográfica. Tan obvio, que son las grandes corporaciones energéticas las que se han volcado en ese cambio de negocio, para pillar tajada "haciendo como que arreglan" las barbaridades que han cometido durante casi un siglo. De ese cinismo, sólo se libra la Iglesia Católica, que sigue fiel a su lucha contra el control de la natalidad, contemplando indiferente la muerte por hambre de millones de niños y, más grave a largo plazo, la desertización de tierras sobreexplotadas porque es imposible atender a una población que se duplica cada 30 años.

La actitud pesimista ante esto es la de "Comamos y bebamos, que mañana moriremos". Como ese "mañana" supone unas cuantas décadas y encima queremos que nuestra descendencia esté en buena posición, el empeño por acumular bienes para no pasar escasez a largo plazo provoca todo tipo de maniobras de acaparamiento y especulación, donde las fondos de inversión tienen un papel importante para apoderarse de empresas y hacernos creer que así nuestra jubilación estará garantizada.

La actitud optimista es tener FE en que los progresos tecnológicos arreglen lo que ellos han destrozado. Creer que, si hemos contaminado la Tierra, vamos a poder irnos a otro planeta que será un vergel donde no repetiremos los errores del pasado. Esperar que, ya que el planeta no tiene recursos para mantener la calidad de vida para una mayoría, se logrará un control de natalidad "por las buenas o por las malas": este año ha caído el gasto en pensiones en España "gracias" a la COVID. Esa también fue la esperanza de algunos cuando el SIDA.

La actitud Consciente es la de VER este Sistema como una representación que se sostiene sólo por la credulidad de la gente, por la comodidad de dejarse llevar por el consumismo. Diógenes no se encabronó con Alejandro Magno: sabía que miles de ciudadanos libres y millones de esclavos le sostenían en sus ínfulas de grandeza que se extinguieron con su muerte a los 33 años. Trump ha caído como un sapo verrugoso, dando tumbos por la Casa Blanca apestado hasta del partido republicano. El monarca Campechano ve que su dinastía borbónica se tambalea por su desmedido amor por el dinero, el lujo y las mujeres. "A cada cerdo le llega su San Martín". Los tres Príncipes del Mundo dependen de nuestra credulidad y complicidad: ni Bezos, ni Musk ni Bill Gates serían nada si optáramos por dejarles de lado y buscar alternativas.



La Pandemia era el momento ideal para que una mayoría abriera los ojos a ese Sistema que da entretenimiento a cambio de sumisión. La decepcionante realidad es que millones de personas quieren "salvar la Navidad" típica de comilonas y francachelas, sin importarles la tercera ola que se cierne, porque saben en el fondo que la cuesta de enero durará años y será tan brutal como el crack del 29. Personalmente, apostaré por realizar honestamente mi trabajo como educador, por cuidar a mi familia y apreciar a los amigos, sin festejos que acaben en funeral. Y solidarizarme con mis medios con las iniciativas que apuesten por la Dignidad de todos los seres humanos.

Por mi parte, poco más. Reconozco que he repetido hasta la saciedad lo mismo en estas 21 entradas, y esta última la he redactado como cierre, en vista de que otros que se jactan de capacidad pero se les va la fuerza por la boca. Estoy seguro que hay ideas mucho más enjundiosas, productivas y hermosas que las mías, como queda patente en la entrada de Eirene sobre el cine... Me encantaría una entrada de Limonada, especialmente.

"Toda la vida es Cine y los sueños, cine son" Mi truco: elegir un buen relato donde uno se sienta héroe y no bellaco ni comparsa.



Sentido Común

viernes, 20 de noviembre de 2020

MAS FICCION QUE CIENCIA

 Son incontables –o eran- los admiradores de las novelas de Julio Verne. No sólo por sus tramas , que solían enganchar al lector como lo hacen todos los grandes best-sellers, sino por la en apariencia prodigiosa capacidad del autor para adelantarse a los grandes progresos de la ciencia. Casi todas las profecías del autor francés se cumplieron. Desde el viaje de ” 20.000 leguas de viaje submarino” a “De la Tierra a la Luna” pasando por “París Siglo XX”, una novela póstuma en la que llegó incluso a predecir la Internet. Aún hoy en día, nos admira su perspicacia e intuición para adivinar los caminos que iban a tomar las nuevas tecnologías. Pero en “París Siglo XX” Verne muestra el pesimismo que subyacía bajo su aparente entusiasmo por la ciencia y la técnica. Aunque Verne narra un París imaginario de 1960, la atmósfera social  que describe se parece más a la de los años 90, una década ya sin utopías, en la que el mercantilismo y el cientifismo se han apoderado incluso de los últimos reductos del pensamiento. Esta novela futurista fue rechazada por su editor, Pierre Jules Hetzel, quien le escribió a Verne que nadie leería una novela tan pesimista, añadiendo que la publicación de dicho texto podría suponer un verdadero desastre para la reputación de Verne como escritor. La novela en cuestión no fue publicada hasta 1994. Coincidiendo con el surgimiento de la propia Internet. 

Por contra, tengo que admitir que la lectura de las novelas de ciencia ficción modernas me produce cada vez un mayor desapego. Estoy un poco aburrido de leer narraciones de viajes intergalácticos que ni se producen ni tienen visos de irse a producir, o de supuestas razas extraterrestres que nos superan en todos los aspectos tecnológicos además de en sabiduría. El mismo Asimov me despierta cada vez menos entusiasmo, y lo mismo podría decir de la mayoría de los demás autores del género. Los que más me interesan son los que han dedicado sus narrativas más a las distopias terrestres que a las utopías de viajes a las estrellas: por ejemplo, Philip K. Dick, Chuck Palaniuk y, sobre todo, el británico J. G. Ballard,  a mi juicio uno de los autores más lúcidos y más infravalorados de nuestra época. Estos autores muestran los demonios que habitan entre nosotros, y como el narcisismo, el hedonismo y la insatisfacción van apoderándose de las mentes en estos tiempos de capitalismo avanzado y  poco a poco van desintegrando los lazos de convivencia de la sociedad.  




 

A diferencia de Verne, que se mantenía muy informado acerca de la ciencia de su época y sus posibles desarrollos, los autores de ciencia ficción que he mencionado antes especulan de manera desenfrenada sobre las supuestas consecuencias de la teoría de la relatividad o de la teoría de los quanta o cosas como la telequinesis para explicar los futuros viajes astrales. Pero incluso en este campo de la fantasía desbocada está teniendo lugar una reacción cultural que tiene visos de poner en su lugar estas entelequias cuya realización parece cada vez más lejana. El libro “Rare Earth: Why Complex Life Is Uncommon  in the Universe”, de los norteamericanos Peter D. Ward y Donald Brownlee, geólogo el uno y astrónomo el otro, explica las razones por las que la Tierra es un planeta verdaderamente excepcional al albergar ese experimento casual que es la vida inteligente. El libro explica las numerosos razones por las que la inmensa mayoría de los sistemas solares son del todo estériles salvo quizá en vida microbiana: o bien son sistemas planetarios dotados con dos estrellas, lo que produce unas temperaturas del todo incompatibles con la vida como la conocemos en la Tierra, o bien su estrella ya ha colapsado convirtiéndose en una supernova o un agujero negro, o sus planetas son demasiado pequeños para tener una atmósfera conveniente, o son planetas  arrasados de manera constante por lluvias de meteoritos u otros astros minúsculos de los cuales nos protege el planeta Júpiter a modo de pantalla en nuestro Sistema Solar. Otro producto cultural en este sentido ha sido la película “Ad Astra”, dirigida por James Gray,  en la que se narra la infructuosa búsqueda de vida en otros planetas realizada por el padre del protagonista, interpretado por Brad Pitt, con un esquema narrativo que recuerda fuertemente al de “En el corazón de las tinieblas”, la novela de Joseph Conrad. Vista desde esta perspectiva, la aventura humana y su vida supuestamente inteligente parece como una gran excentricidad dentro del Universo, algo que no puede encontrar su réplica ni siquiera en galaxias muy lejanas. De manera que es muy probable que el temor de Stephen Hawking de que un contacto con alguna civilización extraterrestre fuera nefasto para nosotros no pase de ser una ensoñación en el fondo optimista que parece un residuo cultural de las novelas de H. G. Wells. Tal riesgo no existe porque incluso si esas civilizaciones hostiles existieran se encontrarían a una distancia desmesurada que haría imposible cualquier encuentro con ellas. 

Por supuesto que esta exclusividad de la vida humana en el Cosmos puede ser reciclada y utilizada por las religiones monoteístas como una prueba de la excepcionalidad de la especie humana. Como afirmaban los papas del pasado, no puede haber otra vida inteligente que no sea la terrestre, porque de lo contrario Jesucristo habría tenido que predicar en una infinidad de planetas, convirtiéndose en una especie de misionero cósmico de travesías estelares interminables. Pero el argumento opuesto a este podría ser que en ese caso, si la vida inteligente es el auténtico propósito del Universo, Dios sería algo así como un cocinero que necesita varios millones –quizá billones- de huevos (panetas) para hacer una sola tortilla (la Tierra). Ignoro qué clase de consuelo o explicación podría ser ese. 

 



Mi sospecha personal es que si la raza humana llega a vivir los siglos XXII y XXIII, dichas novelas de aventuras galácticas –incluso las de un escritor tan excepcional como Stanislaw Lem- dejarán de ser consideradas premonitorias para convertirse en un género literario parecido a las novelas de caballerías de las que Cervantes se mofaba en su Don Quijote; historias absurdas que ya sólo sirven para el mero entretenimiento. Porque la tecnología está derivando hacia otros caminos. El progreso tecnológico que de verdad se está desarrollando sirve sólo para materializar un determinado tipo de sociedad del divertimento a la vez que del control de la ciudadanía. Las posibilidades de participar en la sociedad de manera principalmente estéril se multiplican (Twitter, Facebook, Instagram, etc.) , a la par que el predominio de las grandes fortunas se consolida en todas las sociedades occidentales. La brecha entre ricos y pobres no ha hecho sino agrandarse en casi todas ellas, especialmente en Estados Unidos y Gran Bretaña, los dos países que más suelen marcar tendencia en los asuntos sociales. Vivimos en unas sociedades embotadas en el individualismo cuando no en la angustia económica, pero es un individualismo que es del todo incapaz de salir del ensimismamiento para plasmarse en iniciativas colectivas o que se escapen de la disciplina aceptada. Uno de los ejemplos punteros en este sentido en China, un país en el que tener una conducta intachable según los baremos establecidos por el gobierno es vital para cada ciudadano que aspire a tener un empleo digno, ostentar el menor cargo público o incluso obtener préstamos bancarios. Bajo una justificación diferente, los Estados Unidos están emprendiendo un camino parecido. La Patriot Act, instaurada por la administración Bush en el nefasto año 2001 –en nada parecido al que auguraran Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke en su película-, y renovada de manera indistinta bajo égida republicana o demócrata, establece una serie de controles que permiten rastrear hasta lo más ínfimo de la vida de cualquier ciudadano. De manera que la tecnología está cada vez más ceñida a lo profano y terrestre más que a cualquier tentación exploratoria de latitudes espaciales lejanas. 

Hay, sin embargo, una excepción: la exploración y explotación del espacio inmediatamente cercano para mantener a toda costa el modo de vida capitalista y la actual afluencia de recursos naturales. De la Luna y Marte se espera extraer los minerales y metales raros necesarios. Esa es la razón de ser última del cuerpo espacial del ejército creado por Donald Trump que debe impedir que Rusia o China colonicen los planetas y astros del Sistema Solar en el futuro. Una nueva carrera del espacio iniciada por los propios norteamericanos en la esperanza o la creencia de que ningún otro país será capaz de seguirles. Se ha calculado que para que todos los habitantes de la Tierra pudiesen “disfrutar” del nivel de vida y, sobre todo, de consumo de los Estados Unidos, harían falta siete planetas como la Tierra. ¿Contaría entre esos el pobre Plutón, degradado a la triste condición de planeta enano por la astronomía oficial? Pero la pregunta más acuciante sería la del destino de la propia Tierra, la cual, en palabras de Jeff Bezos, podría acabar convirtiéndose en un parque temático para el recreo humano. (https://www.counterpunch.org/2020/11/06/the-origins-of-commercial-capitalism/ ), mientras su empresa, Blue Origin, coloniza el espacio a la manera en que las empresas capitalistas de los siglos XVII-XIX colonizaron la India o las Américas. 


Veletri

viernes, 13 de noviembre de 2020

Rosebud y el jabalí de ocho patas


El cine tiene una fecha de nacimiento, 28 de diciembre de 1895, en un sótano de París los hermanos Lumiére presentan su artilugio llamado “cinematógrafo”, ante unos pocos espectadores fascinados por el movimiento real de las imágenes, que representaban la salida de los obreros de la fábrica y la llegada del tren a la estación. Uno de los asistentes fue Georges Méliès que poco después rodó la primera película conocida, “L´affaire Dreyfus” (1899)  contribuyendo así a la consideración del cine como un arte nuevo, aglutinador (en cierta forma) de todas las otras bellas artes. 

Este hecho simboliza una revolución cultural gigantesca, una nueva visión artística que encauza la vieja aspiración humana de expresar el movimiento de las cosas y de las ideas a través del arte, desde Altamira cuando pintaba jabalís de 8 patas simulando que se movían, o cuando inventaba máquinas, la linterna mágica de Athanasius Kirchr, hacia 1640, que proyectaba imágenes fantasmagóricas, recibidas con espanto por los espectadores, como los campesinos rusos que tomaron por brujo a un empleado de Lumiére por hacer aparecer la imagen del zar sobre una tela blanca.

El encuentro entre máquina, cultura y arte, más la difusión para ser disfrutado por amplias capas de la población, ha sido la aportación que el cine ha hecho a la historia.

 Desde su aparición, el cine ha generado el debate entre la mera reproducción de la realidad frente a otra visión donde prima la estética. En un principio, los Lumiére rodaban imágenes en movimiento real sin importar que los temas fueran banales. Pero Méliès, buen prestidigitador profesional, usó los trucajes, objetos que se movían solos, personajes voladores, apariciones, rodó más de 500 films aunque solo se conservan unos 50, “El hombre orquesta” (1900), “Viaje a través de lo imposible”(1904), “Viaje a la luna”(1902).

 Es tarea imposible hacer un recorrido por la historia del cine en unas cuantas líneas, así pues me permito, y centrándome solo en los primeros 40 años de este bello arte, hacer un batiburrillo de películas y directores que un día desde una butaca me sorprendieron gratamente o por reconocimiento de su importancia.

Tras las cintas de Méliès, el cine de fantasía posible de Zecca, los films de  Griffith y su uso de los primeros planos en “Intolerancia”. El contenido humano de Chaplin, con sus “Luces de la ciudad”, sus “Tiempos modernos”, su repudio al cine sonoro, a pesar de usarlo en “El gran dictador”.

El cine cuenta historias, escuchar o contar historias es indispensable en la vida humana. Las películas copian comportamientos cotidianos, historias reales de superación o adaptaciones de obras literarias, como “Jezabel”, “La carta” o Cumbres borrascosas”. Es enriquecedor para la mente ver cualquier historia de Jacques Feyder, como “Crainquebille” (basada en texto de Anatole France) o un drama de Dreyer, “La pasión de Juana de Arco” (1928) y disfrutar de la fuerza visual de los primeros planos que elevan la imagen sobre la palabra, acentuando el dramatismo de los actores. O sentarnos a ver las luces y sombras de “Ciudadano Kane” del que ya hemos hablado en el blog.

Entre las películas documentales silentes, sin trama ni actores, distingo la poesía de Dziga Vértov en “El hombre de la cámara” (1929), que muestra un día en las calles de una ciudad soviética.

 


A finales del cine no parlante y comienzos del sonoro, aparece un cine dramático, críticas tempranas al capitalismo, a la masificación, a la deshumanización de las ciudades, los films de King Vidor y de Fritz Lang (“Metrópolis”, 1927, que sienta las bases de la ciencia ficción moderna).

 En el vértice del equilibrio entre tradición e innovación, entre realismo y lirismo, hay un cine integrador, crítico, que descubre otras realidades estéticas. Aquí entra  a lo grande Jean Vigo, en su corta vida de 29 años dejó obras tan líricas como “L´Atalante”(1933), poema de amor en una barcaza fluvial. O Jean Renoir y sus aguafuertes sobre tipos abyectos o sus días de campo. Y Eisenstein, que se aparta del montaje clásico, cuyos films son impactantes (“La línea general”, “El acorazado Potemkim” y su escena de la escalinata, “Iván el terrible”…). Y tantos y tantos artistas de la cámara que nos han hecho soñar y que no caben en cien libros.

 Habría que hablar del gran mundo de la industria del cine y la utilización como negocio e  imposición de unas ideas adaptadas al statu quo imperante, cuando los directores se ponen al servicio de la ideología del poder y nos transmiten mensajes manipulando las emociones, dígase Hollywoodienses.

 Decía Jean-Luc Godard que el arte es como el incendio, nace de lo que quema. Así el cine nace de lo viejo que ya no nos sirve, pero al quemarlo produce formas nuevas. Por esta razón he querido recordar lo viejo, porque hay mucha belleza en esas llamas aún vivas, a pesar de que el ruido actual pretenda apagarlas.

 Siempre nos quedará París, y para algunos el olor del napalm por la mañana o Marcello mojándose en la fontana de Trevi, quizás vivir una odisea en el espacio o seguir el eco de la canción de Gelsomina, y a no ser que los ojos de Bette Davis se crucen en el camino, Gloria Swanson continuará bajando la escalera como una diosa en su crepúsculo y Kane repitiendo eternamente “Rosebud”,  lejos de Roma la ciudad abierta. Algún otro preferirá caminar bajo los techos de París con René Clair. O lanzarse a una ruta en la diligencia, esperando recoger una cesta de fresas salvajes en el desierto con Peter O´Toole, mientras piensa en jugar al ajedrez con la muerte o en el asno devorado por el enjambre de abejas de una tierra sin pan. Pero Monica Vitti vivirá su aventura cuantas veces queramos, y el profesor Charles Laughton nos dirá que la tierra es de todos, así una y otra vez, porque sabemos que el material del halcón maltés, al igual que el del cine, seguirá siendo el de los sueños.

 



Eirene

viernes, 6 de noviembre de 2020

En algo hay que creer: el dios de las pequeñas cosas

   

  ¿Para qué hablar de lo patético que resulta ver al país más poderoso de la Tierra intentando librarse del inquilino más mugriento de la Casa Blanca, y de todas sus argucias para aferrarse a la poltrona antes tener que responder ante los tribunales de sus Trampas financieras? Uno se pregunta si el pueblo estadounidense asume que la alternativa que se le ofrece es elegir "susto o muerte": Ultraderecha salvaje o Derecha Neoliberal. Pero ese es "su" problema, quizás parecido a nuestra alternancia en el poder entre el PP y el PSOE. 

Los problemas mundiales son: el agotamiento de recursos y la contaminación, la explosión demográfica y de consumo, la concentración del capital en pocas manos. Ningún país está dando una solución a ello, algunos ponen parches estéticos pero a una velocidad ridícula para el cambio climático que será irreversible en el 2030.

Una introducción descorazonadora, agravada porque la Pandemia podía haber servido para que en España hubiéramos abierto los ojos los que vamos a sufrir el Colapso Económico del "Sálvese quien pueda" en cuanto se nos pase la factura a pagar después de los confinamientos, de los gastos extraordinarios y de los despidos pòr millones, sin visos de recuperación con un turismo que no volverá a los 80 millones de turistas anuales, ni de una oferta inmobiliaria que muy pocos podrán afrontar.

Eso en el plano económico. En lo social: 7.500 millones de personas afanados en el rol que les toca: una cúpula que acapara con sus cómplices especializados; una mitad que lucha por sobrevivir; y otra mitad que busca la forma de mantener y mejorar su estado de bienestar. Tres mundos paralelos con intereses opuestos pero un único dios: el Dinero, que a veces obra el milagro de elevar a alguno a las alturas pero que casi siempre, despiadado, hunde en la pobreza del paro a millones de ingenuos a pesar de lo que lo adoraron. Para apestarlo aún más: las jerarquías tres religiones monoteístas actúan como momias milenarias arrastrando a sus creyentes: Trump y Bolsonaro se las dan de protestantes, el islamismo más cerril aterroriza al planeta, los judíos hacen piña en Israel y como dueños de las finanzas mundiales.

¿Y en el plano personal?. Como maestro, veo que no da tiempo para que la generación que estamos educando pueda reencauzar esta carrera del progreso consumista. Como padre, me angustia que mis hijos tengan que aceptar que hay que abrirse paso a codazos, que pertenecer a la clase media sea un privilegio cuando ellos crezcan. No me gusta la perspectiva de que los robots hagan casi todo el trabajo, haya un millón de profesionales imprescindibles, otro de empleados necesarios y una gran parte de la población subsista en la dependencia del Estado o en la precariedad de la miseria, según lo decida el Club Bilderberg o el Banco Mundial y el FMI.



Uno constata la inutilidad de Dios para la Humanidad y el auge mundial del dios-Dinero que marca la vida y la muerte: guerras, Covid, hambre, esclavitud...o cierto bienestar cargado de miedo para el resto. ¿Y los que no queremos participar en esa carrera enloquecida de trabajo-consumo que intentan convencernos que se llama "Estado de Bienestar", que en España ya se está quedando en "Provincia de Medioestar", cada vez menos habitable y más cutre?

Porque al ser humano no le basta tener cubiertas sus necesidades "animales", y es un necio empeño creer que satisfacerlas de forma cada vez más sofisticada es la solución.

Una vez bien alimentados, jugamos a la alta gastronomía. No basta disponer de una vivienda confortable, sino poseer un chalet con más váteres que culos. ¿Entonces, nos quedamos dormitando ante las pantallas, que cada día nos ofrecen historias más de nuestros gustos... aunque quizás sea nuestra sensibilidad la que se ha acomodado a esa basura? Es sorprendente cómo la combinación de ruidos y colorines, de vídeos de Tik Tok, de conversaciones insustanciales y noticias falsas pueden absorber tanto como para privar de tiempo libre, de descanso auténtico, a tantos miles de millones de personas.

La explicación es que nuestra parte mental demanda también alimento, y si no se le ofrece una nutrición sana, se lanza a los productos-basura que son la base del negocio de Internet y sus grandes corporaciones. Ya se comprobó que la televisión tenía el aliciente de que no exigía ningún esfuerzo para encenderla, y que estaba diseñada para enredarnos con su ritmo, con sus cambios, para que no nos moviéramos del sillón durante horas. Leer un libro sí requiere un esfuerzo: elegirlo, abrirlo, concentrarse, ignorar estímulos de distracción, mantenerse un buen rato...y sólo así logramos sumergirnos en una historia que es mucho más seductora que cualquier serie, porque la recreamos plenamente dentro de nuestra cabeza, con detalles que no sugiere el autor pero que añadimos de nuestros propios recuerdos. Afrontar una tarea artesana o artística constituye ya otra dimensión, la creatividad, que requiere un esfuerzo de formación y equipación, compensado por la obra personal.

Como vacuna contra el desánimo y el adocenamiento, propongo rememorar el jardín de nuestra niñez y adolescencia. Un jardín con espinas, y para algunos demasiado oscuro, mísero y pequeño, pero la fuente de emociones muy intensas, muchas de ellas positivas. Los recuerdos no son exactos, pero son fieles a la sensación de plenitud, de intensidad, de compromiso que vivimos en esos años. Recuperar los juegos, ahora con los hijos o los nietos, la mirada de asombro ante cosas nuevas, dándonos permiso para usar los sentidos como lo hacíamos de niños, cuando aún no estábamos anquilosados ni las palabras clasificaban todo: ofrecer caricias y sentir el tacto de los objetos; apreciar de verdad, con los ojos cerrados, olores que remueven nuestras emociones como el humo o el barniz; morder un bocadillo de pan con chocolate o de tomate, aceite y sal; escuchar esas músicas que nos removieron por dentro siendo chavales.

No hablo de revivir lo que ya pasó, sino de estar Presente en lo que hoy siento, lo que percibo ahora, con la autenticidad de no enjuiciar ni clasificar. La música clásica puesta a un volumen que no sea de fondo sino protagonista de la vibración en el recinto que sea. El paisaje completo, con su belleza, descubriendo nuevas armonías o contrastes.

Eso no quita afanarse en el día a día en el trabajo o en las tareas cotidianas, colaborar con el tejido social para luchar por un aspecto de la justicia.

Lo que supone es cambiar la actitud derrotista ante tanto ruido y tanta dictadura del Dinero. 

Cambiar mi vida diaria para cambiar MI mundo. 

Si eso ayuda a mejorar el Mundo, estupendo. 

Y si no, "ahí queda eso".

Que nos quiten lo bailao





Sentido Común