viernes, 22 de mayo de 2020

ANTES DE MORIRME

He descubierto que tengo una enfermedad terminal en mi cerebro. Es un cáncer que va destruyendo la imagen del Mundo que conocí y corrompe cuanta idea toca. No sé si el final llegará en cuestión de días o de algunos años, pero tengo claro que no voy a dejarme corroer por este tumor: no voy a dejarme morir de asco, de tristeza ni de impotencia.

Desde hace años notaba algún síntoma: me costaba moverme para disfrutar de cosas que me encantaban como la montaña, el teatro o montar en bicicleta. No le di importancia, evitaba preocuparme diciéndome que al día siguiente sí haría eso que me llenaba de placer, para de nuevo postergarlo en una espiral de desidia y flojera. Otro síntoma clarísimo era mi cara: los ojos de adolescente llenos de luz y de curiosidad ahora me miran apagados desde el espejo. En vez de patas de gallo por la risa, un par de líneas verticales surcan mi entrecejo.

Cualquier amigo se habría dado cuenta de que yo estaba enfermo, pero apenas veía a los que antes no pasaba un mes sin compartir café o cañas. Cualquiera veía que mis labios se habían torcido hacia abajo, y que  mi sonrisa habitual había sido sustituida por un rictus habitual de fastidio. Pero yo no escuchaba a nadie, sólo me reconcomía un infundado rencor.

Es una enfermedad psicosomática: aunque su origen está dentro de mis neuronas, se refleja en mi cara amargada, en mi flácido tono muscular y en un corazón que acabó superando una fibrilación auricular, tras tanto latir airado. Supongo que aquello supuso tocar fondo: cuando te explican que un trombo puede provocar un ictus cerebral, uno tiene que espabilar para no quedarse más tonto de lo que ya es.

Era una enfermedad crónica que hacía envejecer mi mente más rápidamente que mi cuerpo, hasta el punto que lo había asumido. Lo cual resultaba patético: mis hijos no alcanzan a entender tanto desánimo y tanto mal humor, mientras ellos están entusiasmados con cuanto la vida les ofrece como aprendizajes y oportunidades de disfrutar, que en alguna ocasión yo les he llegado a chafar.

Llegó la PESTE-2020 (así llamo yo al COVID-19) De cara a la galería, planteé que "no hay mal que por bien no venga", así de bestia: el "bicho" había parado la producción y el confinamiento podía servir para abrir la Consciencia de muchos para darnos cuenta de que íbamos de cabeza al colapso ecológico. Pero me temo que es una opinión minoritaria (aunque hay muchos artículos que sostienen una idea parecida, habrá que demostrarlo con la acción real). Medio mundo sólo desea lograr los alimentos y el otro medio parece que sólo piensa en las cañas de después del confinamiento y en cuándo podrá irse de vacaciones a la playa (el Soma de "Un mundo feliz", de A. Huxley).

Sé que mi problema viene de antes, aunque esta Peste 20-20 me ha hecho abrir los ojos a tres evidencias:
  • Una Humanidad muy variopinta, donde el peso de Asia y USA son determinantes, donde España es una de los PIGS de Europa y donde mi opinión es infinitesimal. 7.600.000.000 de seres humanos en gozosa y ciega carrera consumista hacia el colapso económico, ecológico y ético.
  • Un Planeta bellísimo y excepcional porque en él surgió la Vida y la Inteligencia. La Tierra se acerca a la Sexta extinción masiva de especies, pero seguirá existiendo sin personas, como lo hizo sin dinosaurios.
  • Los hijos, que no se merecen vivir una distopía que ha empezado con este confinamiento al que nos han sometido entre mentiras y miedos, y del que saldremos acobardados y sumisos. Ellos no tienen la culpa, pero van a sufrir toda esta Nueva Normalidad sometidos al Gran Hermano que Orwell intuyó allá por 1948. "1984".
En resumen: hay un Mundo real, externo,  que soporta la ambición desmedida de los que se han adueñado de él, con la complicidad y pasividad de la mayoría; y MI imagen interior del mundo, que debilita mi ánimo e intoxica la vida de mis hijos.

¿Mis soluciones? Para el mundo real, el Decrecimiento Sereno: reducir el consumo de muchos para que todos accedan a lo imprescindible. "Sereno" no sólo en el ritmo, sino en la actitud interior de cada persona.  Por mi parte, creo que hago cuanto está en mi mano para colaborar en ello, con mis actos y mis palabras.

Pero eso no va a curar mi enfermedad terminal; sé que dentro de un tiempo moriré, inexorablemente. Por ello, mi tratamiento requiere medidas drásticas:
  • Limpiar toda la mala sangre que me hago. Tengo que evitar a las personas tóxicas, la manipulación informativa y los pensamientos funestos.
  • Respirar aire puro a fondo, sin encerrarme en casa delante del ordenador. Disfrutar del entorno y del prójimo, aceptándonos en nuestra diversidad.
  • VER que el mundo funciona con una hermosa armonía, donde el caos es imprescindible para que no se colapse. Asumir esas dos fuerzas complementarias, pero tomar partido por construir, por participar en una Vida que transciende al individuo.
  • Finalmente, agradecer todo lo recibido y alegrarme por la belleza que me rodea. Sólo un imbécil se fija en el estiércol que nutre a la rosaleda.
Hoy mismo empiezo mi curación radical. No lograré más años, pero cada día tendrá mucho más sentido.
Mi médico me ha recomendado Silencio, y yo le obedezco.
Paz, Fuerza y Gozo para todas y todos.


Sentido común