Hoy mismo es la manifestación contra el Cambio Climático. Viernes 6 de diciembre desde las seis de la tarde. Allí estaremos miles, espero que muchas decenas de miles, ojalá más de cien mil. Mi hijo dice que uno más no pinta nada, que no merece la pena. Pero no lo hago "para" que sirva de algo, sino "porque" es mi apuesta personal y social. Mi presencia no va a obligar a los políticos a firmar un compromiso definitivo y drástico que detenga el cambio climático. Los políticos han venido al servicio de multinacionales que les van a contratar en pocos años con salarios mucho mejores que los actuales, no por su gran capacidad empresarial futura, sino por los favores que ahora les están prestando. Pero lo de las puertas giratorias es tan patente que me da asco mencionarlas.
Estaré en la manifestación porque es una forma de comprometerme a seguir actuando contra el cambio climático. Hoy toca estar un par de horas en la calle, con los jóvenes, con los mayores, por los niños que no se merecen crecer rodeados de dióxido de nitrógeno, comer pescado con microplásticos, sufrir un clima extremo de sequías e inundaciones, contemplar las migraciones masivas causadas por el hambre.
La hemeroteca muestra que todo es palabrería vacua: después de 30 años de denunciar el problema, la situación sólo se ha agravado, y las únicas beneficiadas son las multinacionales que han diversificado su negocio hacia las energías limpias, y obtienen enormes privilegios fiscales concedidos por los gobiernos que desean maquillar su propia incompetencia y cobardía para cambiar en profundidad.
Los datos geológicos muestran que los problemas son gigantescos: el Polo Norte se derrite, y eso hace que, en vez de haber hielo blanco que refleje la radiación, el agua líquida absorba el calor del sol y la retenga, modificando la salinidad y las corrientes que regulan el clima. El deshielo de la tundra y otras zonas subárticas liberará el metano de las turberas, disparando el efecto invernadero. La Amazonia ya no es el pulmón verde de la Tierra sino una factoría de carne de vacuno para Occidente.
Los números son demoledores: un norteamericano genera el doble de CO2 que un europeo, que ya consumimos bastante irresponsablemente bienes y energía. Los dos mil millones de chinos e indios no están pensando en el futuro del planeta, sino en poder acceder al "bienestar" que "disfrutamos" en Occidente. Y aún hay mil millones de personas hambrientas en este mundo, que se ven obligadas a arrancar cuanto puedan a una tierra ya esquilmada y empobrecida. Para cuadrar las cuentas hasta los 7.500 millones de seres humanos que deambulamos por este planeta extraordinario, hay que contar con otros 3.000 millones entre africanos, latinoamericanos y asiáticos que son, a su modo, “clase media” en sus países, que no pasan hambre pero apenas llegan a fin de mes, consumiendo cuanto les alcanza, según el patrón que les marca la publicidad omnipresente en nuestras vidas. Pero insatisfechos, pues esa es la intención del Sistema: que sintamos que nunca es suficiente, que nos falta “algo” para ser felices.
La tentación es tirar la toalla, asumir que todo está perdido y dejar que los poderosos nos lleven a caer en ese abismo que tan gustosamente han mandado profundizar y que hemos cavado sin ser conscientes de que sería nuestra tumba.
"¿Qué puede hacer una sola persona, o algunos miles, frente a un Sistema perfectamente engrasado para el consumismo despiadado e incapaz de frenar esa caída que les podría suponer menos beneficios, algo herético para el capitalismo neoliberal?"
Lo primero, asumir nuestra pequeñez: un trabajador sabe que es sólo una persona, mientras que nuestros políticos se inflan cual globo de feria pensando que "son más" que una persona, creyéndose depositarios de la voluntad de millones de votantes. Y esa pequeñez nos hace mucho más libres que esos títeres a quienes envidiamos su Falcon, su casoplón, su pensión vitalicia.
Lo segundo, asumir nuestra impermanencia: dentro de unas décadas habremos muerto, nosotros y los engolados del Poder.
Tercero, entender la vida como un juego, como un papel que representar. Los ingleses usan "play" para unir ambos conceptos.
Por mi parte, con esa serenidad de ser pequeño e impermanente, elijo un papel que me gusta. No voy a ser el corderillo que va sumiso al matadero, y que colabora con los verdugos para ganar unos años más o hierba más fresca. No voy a ser el lobo que se aprovecha del clima de terror para medrar y vivir cómodamente a costa del sufrimiento de mucha gente explotada. Me gusta el papel de Diógenes que iba buscando, con su candil encendido en pleno día, un hombre de verdad por toda Atenas. Para eso hay que desapegarse de la opinión de los demás, y del deseo de vivir cómodo sin sobresaltos ni incomodidades. Incluso liberarse de la fantasía que uno puede controlar lo que será de uno mismo dentro de diez años, porque la Vida nos da tantas sorpresas… quizás lo más difícil es tener que renunciar a "construir" un futuro seguro para MIS hijos, dejarles bien posicionados para un mundo tan competitivo.
Pero es que "el futuro, o es de todos, o no será de nadie". Una Tierra inhóspita no será habitable para la mayoría, y la minoría poderosa vivirá sólo para defender con uñas y dientes sus mezquinos privilegios de tener agua potable y algún tipo de alimento. No es ese el futuro que quiero para mis hijos.
Apostar por la Humanidad es creer en la parte más positiva de las personas: su capacidad de ser creativos, solidarios, generosos, incluso austeros, con sentido del humor y capacidad de renuncia a lo presente por un bien común alcanzable. Puede ser que uno no alcance a ver los frutos deseados, pero no viviré con la vergüenza de ser cómplice de un presente basado en la desconfianza y el cinismo, en espera de un futuro desastroso para todos.
“¿Y ese “buenismo” sirve para algo más que para autocomplacerse o autojustificarse?
Pues apostar por MI Humanidad, por la parte positiva que hay en mí, me sirve para mantener a raya la parte mezquina, egoísta, incluso violenta que todos tenemos dentro. Para no participar en la orgía del “sálvese quien pueda”, de pillar cacho pisoteando a los demás, viviendo con orejeras ante la injusticia y la falta de oportunidades que demasiada gente sufre. No acepto una postura maniqueo del bien frente al mal. Tenemos muchísimas facetas, no sólo “santo o diablo”. Pero para simplificar no podemos quedarnos con esas dos, hay que reconocer los matices.
Un matiz es la agresividad, necesaria para defender la propia vida e integridad. También para luchar por la dignidad colectiva, porque la injusticia genera violencia por parte de los explotados, y esa violencia va a perjudicar mucho más a la clase media que a la Casta que está blindada en sus barrios residenciales, como sabemos que sucede en tantos países y se va extendiendo al resto del mundo. Es puro egoísmo, procurar que no estalle la desesperación.
Mucho más que otro matiz, sino la actitud esencial que planteo insistentemente, es la serenidad: saber que este día presente es el único en que puedo participar en el mundo. Sentir que lo que pienso, siento y hago en este instante es lo Correcto, lo que decido desde una intuición que es la suma armónica de pensamiento y emoción. Creo que esa es la forma de ser fiel a uno mismo, mucho más que pretender serlo a cualquier ideología.
En el libro “A puerta cerrada”, de Sartre, se describe cómo la verdadera tortura es haber traicionado la propia convicción personal, ese valor final que justificaría nuestra vida ante nuestro propio juicio. No quiero que eso me suceda, pues el juez más duro es uno mismo. Bastaría que cada persona supiera escuchar su propio interior para que se liberara del ruido ajeno que le lleva a correr en pos de un “rayo de luna” como Bécquer describe en su leyenda 6.
Sentido común