Posiblemente el problema de la Nueva Era o del buen rollito es que pretende ofrecer una respuesta ingenua y simple a las grandes preguntas que se hace cada ser humano, al menos quienes se paran a pensar y afrontan ese vértigo de mirar al vacío. Durante siglos se nos ofreció una respuesta igualmente infantil: un Padre Todopoderoso que hace lo que le sale de los huevos, y que, a pesar de no estar aburrido en su Eternidad, crea un muñeco de barro para ver cómo sufre en un Valle de lágrimas.
La respuesta a la existencia humana podría ser muy hermosa, pero cuando se cuestiona la proliferación geométrica de 7.500 millones de seres, la cosa se pone bastante escabrosa e incomprensible. Si se le añade el empeño de crear armas monstruosas, uno se puede quedar sin palabras.
En un plano biológico, la especie humana ha desarrollado una capacidad única: la abstracción. Eso le podría permitir disfrutar de tener cubiertas todas sus necesidades y disfrutar de un desarrollo cultural exquisito, pero nos empeñamos en depredar cuanto hay hasta extremos demenciales.
En un plano filosófico, ya hace milenios en Oriente captaron la incapacidad para reducir al Cosmos a una estructura verbal, pero los griegos se empeñaron en darle vueltas y elucubrar en torno a Ideas que existen sin el hombre, como la Belleza, Bondad y Verdad, lo cual entiendo que es una entelequia de personas ociosas, profundamente falsa. Quizás fue la ociosidad la que les llevó a ese desvarío: cuando hay que ganarse el pan, uno no desbarra tanto; al sexo no se le llama amor y la ayuda de los vecinos no se pervierte para odiar al extraño.
En un plano espiritual, todo vale pero nada se sostiene. Ni la transcendencia ni la reencarnación; ni oír voces divinas ni temer un infierno que sólo existe en nuestros miedos obsesivos.
Pero la realidad de cada persona es mucho más compleja que encasillarnos con una etiqueta biológica o intelectual: cargamos con una historia individual, única e irrepetible. Nuestras experiencias, afectos, emociones y pensamientos son un proceso que se da dentro de un cerebro insondable, con una capacidad de procesamiento de la información que dudo que alcancen los ordenadores más sofisticados, pues tenemos la capacidad de atribuir significado a los sucesos, cuando las computadoras sólo gestionan los datos con mucha rapidez, nada más.
Toda esta “introducción” era para reconocer que somos inevitablemente Complejos, pero no hay motivo para Complicarnos la vida. Citaba Asier Bilbao un refrán de Madagascar:
"Las palabras son como la tela de araña,
para la persona inteligente, son un abrigo,
y para la torpe, una trampa".
Ayer mismo una amiga me habló del Ho´oponopono, de Hawaii.
“Higiene mental: conferencias familiares en donde las relaciones se corrigen a través de la oración, discusión, confesión, arrepentimiento, compensación mutua y el perdón".
Ho'oponopono es definido como “enderezar; poner en orden o en forma, corregir, revisar, ajustar, enmendar, regular, arreglar, rectificar, ordenar, arreglar ordenada o pulcramente”.
El psiquiatra Dr. Ihaleakala Hew Len, en Hawaii, habla del concepto de “Responsabilidad total”: “Resulta que amarte a ti mismo es la mejor manera de mejorarte a ti mismo, y a medida que te mejoras, mejoras TU mundo”. Tiene cierta relación con el solipsismo, con la creencia metafísica de que lo único de lo que uno puede estar seguro es de la existencia de su propia mente, y la realidad que aparentemente le rodea es incognoscible y puede, por un lado, no ser más que parte de los estados mentales del propio yo. Yo creo que sí hay existencias ajenas a mí, pero que lo esencial es mi interpretación particular de ellas, mi forma de concederles significado, valor y la respuesta que les doy.
Esta cita a otro chiringuito “Nueva Era” quiere añadir, a los planos ya citados (biológico, filosófico y espiritual) el plano material y económico.
Al Dinero le atribuimos un valor finalista: cuanto más dinero poseas, más eres. El éxito y satisfacción parecería tener una relación directa con los bienes que uno acumula. Pero lo cierto es que nuestras necesidades materiales están bastante bien cubiertas con un techo caliente, comida, ropa y salud. Ser conscientes de que todas nuestras necesidades físicas están satisfechas, nos debería proporcionar paz, pues era impensable para las generaciones anteriores, y fue por lo que se esforzaron y lucharon nuestros padres. Esa serenidad nos permitiría avanzar en la realización personal, en lo laboral aportando calidad humana, en lo artístico como admirador o creador, en la mera participación en los distintos aspectos de nuestro entorno que nos sean llamativos.
Pero se nos ha vendido la ansiedad por poseer, por hacer incluso del sexo una actividad de posesión y entrega en vez de una relación gratificante de dos seres humanos. La angustia por ser “normal” y sentirnos pertenecientes a una clase social o una tribu urbana que se identifica por ciertas prendas de vestir, una vivienda en determinado barrio y, por supuesto, el mantenimiento de un vehículo que nos define perfectamente ante el resto de la sociedad de consumo. Es un concurso de etiquetas, de marcas, de lugares sofisticados a los que se ha ido de turismo que parece que dan sentido a los 11 meses de mierda trabajando como negros.
Corren malos tiempos para la lírica, y esta generación ya está viviendo peor que la de sus padres. No es que se mueran de hambre, sino es que se mueren de asco, de insatisfacción, de envidia cochina por ver que otros poseen más que lo que ellos disponen. Y la mayoría no se plantea que exista una situación injusta que perjudica a una capa desfavorecida, sino sólo su deseo de “llegar arriba”, de ser de la élite que manda o, al menos, del grupo elegido de siervos especialmente preparados para mantener el Sistema funcionando en beneficio de esos pocos privilegiados. La escena recuerda al hámster que corre ansioso en su rueda, sólo para generar la energía que calienta la confortable mansión del dueño, mientras otros animales ni siquiera alcanzan a pillar las migajas de lo acaparado.
Una vida más sencilla nos haría más libres. Poner el foco en lo que nos enferma por dentro, en el rencor diario y aprender a buscar soluciones honestas como pedir perdón, dar las gracias o sonreír a todo lo bueno que nos rodea, nos salvaría de la crispación. Una vez sanados, nuestra labor sería más eficaz y con menos contradicciones, sin intereses bastardos como la ambición o el Poder.
Sentido común