jueves, 1 de agosto de 2019

Prologo I de X



Escucha la entrada AQUI

Es mi deseo en primer lugar, pedir disculpas a mis posibles lectores por el atrevimiento que me otorgo de escribir para otros y no sólo para mí mismo como es costumbre en mí, este, vamos a llamar opúsculo, pues no se puede calificar de otra manera.

Disculpas porque salta a la vista que no soy escritor, ni siquiera aficionadillo. ¡Cómo envidio a cuantos saben transmitir sus pensamientos con claridad meridiana utilizando las palabras adecuadas!
No hay en este pequeño trabajo más deseo que hacer ver a mis compatriotas lo mal que lo estamos haciendo en el tema que me ocupa y que debería ocuparnos a todos un poco más.
Un país o sociedad, como queramos llamarlo, que asume indolentemente la pérdida de miles de sus miembros, y muchos más imposibilitados cada año en una actividad como es el tráfico rodado, necesariamente está, cuando menos, carente de sensibilidad, por decirlo de una manera suave, yo al menos lo percibo así.

Sé positivamente que a muchos no les gustará lo que digo, pero después de cuarenta años procurando conducir con sensatez (confieso que no siempre lo conseguí en mis años de juventud) y mirando con atención cuanto ocurre a mi alrededor en esta actividad de disfrute (cada vez menos como se puede deducir de lo que escribo aquí), no puedo por menos que indignarme y, como tenía un apremiante deseo de explayarme y decir a los demás lo que siento y pienso al respecto, así lo hago, y es en eso en lo que consiste mi osadía.

Si este pequeño trabajo sirve para concienciar a alguien y de paso evitar alguna muerte, ya sería un inmenso motivo de orgullo y honor para mí. Espero de corazón que así sea.
Perdonadme y, gracias si a pesar de todo lo dicho decidís leerme

ACCIDENTES DE TRÁFICO

No creo que haya que ser muy espabilado para rechazar de plano en la mayoría de los casos la denominación de accidente cuando se trata el tema del tráfico de vehículos.
Dice el diccionario de la RAE en su tercera acepción: «Suceso eventual o acción de que involuntariamente resulta daño para las personas o las cosas», a mí se me queda escasa esta definición y agregaría: suceso fortuito no previsible. Luego entonces, eso que comúnmente se califica de accidente de tráfico considero que poco tiene que ver con esa definición. Pues la prisa (¡cuántas tropelías, incluidas muertes, en nombre de la dichosa prisa!), la falta de atención en lo que uno está haciendo cuando lleva un vehículo (que es un arma letal en manos de ineptos), y que ahora se dice distracciones al volante, no es en absoluto un accidente, pues todos esos defectos son previsibles y por tanto evitables.

De aquí deduzco que lo que, insisto, comúnmente se califica como accidente de tráfico, no lo es en absoluto. En todo caso, quien circula como es debido y se ve sorprendido por las malas acciones de otros, es quien sufre un accidente. Y por desgracia de esos se habla muy poco, cuando son los más perjudicados por las malas acciones de otros. Algo que tanto los legisladores como quienes aplican esas leyes, ignoran con demasiada o excesiva frecuencia. Cuando es a esas víctimas «inocentes» y a sus familias a las que se debería proteger a ultranza.

Todas esas muertes evitables, seamos valientes a la hora de denominarlos, son crímenes, que yo llamo sociales, sin más, generados por la estupidez humana. Creo recordar que fue Rafael Alberti, a raíz de un «accidente de tráfico» sufrido en carne propia, que dijo: «Es la forma más estúpida de perder la vida». Total y absolutamente de acuerdo con él.

El que esto escribe, perdió un hermano en la flor de la vida (tenía veintitrés años) a consecuencia de la mala educación y desidia de unos padres irresponsables que no habían enseñado a su hijo (que por cierto también pagó con su vida su insensata acción, no llevar luces en su moto siendo de noche, pero que al fin y a la postre él se lo había buscado, no así mi querido hermano) el más mínimo respeto por los demás.

La administración dio como en tantos miles de casos similares la callada por respuesta, y en aquellos años, más aún. Las compañías de seguros, valiéndose de la insensibilidad de las leyes del momento, no desaprovecharon la ocasión para eludir sus responsabilidades; ¡qué vergüenza! y, qué tremenda injusticia.

¿Cuántos miles de jóvenes insensatos o inocentes, depende de los casos, han perdido la vida desde aquel aciago día (víspera de las fiestas de su pueblo por cierto) de agosto de 1983, en el que murió mi hermano? ¿Cuántas familias, desde entonces, han pasado por similares peripecias que conmocionan la vida para siempre a cuantos hemos perdido a alguien en circunstancias parecidas?

Unas cifras y unos datos estadísticos en las noticias del lunes siguiente, como si se tratara de datos económicos y no de vidas humanas. ¿Se entiende ahora, cuando digo que esta sociedad se ha vuelto insensible a los muertos en las carreteras y calles de nuestras ciudades y pueblos?
¡Deberíamos avergonzarnos! Cuando una sociedad permanece impasible asumiendo esas cifras semana tras semana, mes tras mes y año tras año y sigue permitiéndose perder una parte del futuro del país, pues una buena parte de ellos son jóvenes, por estupideces semejantes, es necesariamente, una sociedad enferma.

Es indignante para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad y humanidad y, además, absolutamente intolerable.

Hablaba antes de los padres irresponsables. Hace tan solo unos meses me sorprendí viendo en varios canales de televisión, cómo esas emisoras ponían una y otra vez un vídeo de una señora que había grabado un «accidente» en directo en la misma curva donde al parecer había perdido la vida su hijo. Todos unánimemente de acuerdo con lo que ella relataba. Pues señora, señores que dan pábulo una y otra vez a opiniones objetivamente interesadas. El individuo que se ve en ese vídeo actuó con total y absoluta impericia y lo que cabe preguntarse es: ¿circulaba a la velocidad adecuada?, ¿tenía una señalización previa de limitación de velocidad acorde al peligro y se la pasó por el arco del triunfo? Porque vamos a ver, ¿cuántas decenas de miles de personas habían pasado y pasan todos los días por ahí y no les ha ocurrido nada? Esas son las preguntas que hay que hacerse y no decir que su hijo era un joven modélico, pues supongo que cuantos han pasado anteriormente por sucesos semejantes no dirán de sus hijos, parientes o conocidos que eran unos irresponsables, dirán como es lógico que eran personas excelentes.

Es muy chocante para mí ver en televisión o leer en la prensa que toda la corporación de un pueblo rinde honores a unos vecinos que por su propia irresponsabilidad perdieron la vida. ¿Cómo pensarían esos vecinos si, a consecuencia de esa irresponsabilidad hubieran matado a sus hijos, o a ellos mismos, que circulaban con la debida precaución?, porque eso es lo que ocurre desgraciadamente con demasiada frecuencia.

Me pregunto: ¿cómo una sociedad puede rendir homenaje a individuos que podrían haber sido los asesinos de uno cualquiera de esos que participan en el mismo? Acaso, ¿hemos perdido el juicio?
No voy a poner en duda a estas alturas que hay en las carreteras puntos conflictivos, puntos negros les llama la gente, tramos de «concentración de accidentes» los técnicos de tráfico y carreteras, etc... 

Yo he visto unos cuantos, pero por cada uno de ellos, he visto miles de puntos negros llevando un vehículo para el que no son aptos para manejar en absoluto, por muchas y diferentes razones. No saben mínimamente lo que hacen cuando lo cogen, ¿de quién es la culpa?, eso es lo que hay que preguntarse. Esos son los verdaderos puntos negros a los que en verdad hay que temer; el problema es que, no sabes quiénes son, pues, paradojas de la vida, puede ser tu propio hijo quien te mate, o viceversa. Suena muy fuerte, como se dice ahora, verdad, pero esa es la triste realidad, no nos engañemos, cosa, por otra parte, a la que somos muy dados los humanos. No hay malas y buena carreteras, sino buenos y malos conductores. Yo no temo a la carretera si está bien señalizada, sino a los que circulan por ella.

Porque, seamos sensatos, echar la culpa a las cosas de nuestra propia ineptitud no es razonable ni racional, más bien es necedad o, ¿acaso el cuchillo es responsable de que alguien lo haya usado para matar a un semejante?

A lo que estamos obligados los usuarios de las carreteras es a exigir a quienes tienen la responsabilidad de las mismas, que estén en correcto estado, correctamente señalizadas, debidamente vigiladas para proteger a las personas decentes y correctas, o que intentamos denodadamente serlo, de esos estúpidos desalmados que con tanta frecuencia no res- petan a nadie, ni siquiera a ellos mismos, qué caramba.

Por último, en ocasiones he pensado si al igual que en otros aspectos de la vida, la madre Naturaleza no se regula de alguna forma con todas estas muertes. Claro está, que para ella no tiene sentido eso que nosotros llamamos justicia. Como algunos dicen de dios, quizá tenga caminos inescrutables. ¿Quién sabe? Pero lo cierto es que igual que a él, los inocentes se le olvidaron.

Hastalos