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Es mi deseo en primer lugar, pedir disculpas a mis posibles
lectores por el atrevimiento que me otorgo de escribir para otros y no sólo
para mí mismo como es costumbre en mí, este, vamos a llamar opúsculo, pues no
se puede calificar de otra manera.
Disculpas porque salta a la vista que no soy escritor, ni
siquiera aficionadillo. ¡Cómo envidio a cuantos saben transmitir sus
pensamientos con claridad meridiana utilizando las palabras adecuadas!
No hay en este pequeño trabajo más deseo que hacer ver a mis
compatriotas lo mal que lo estamos haciendo en el tema que me ocupa y que
debería ocuparnos a todos un poco más.
Un país o sociedad, como queramos llamarlo, que asume
indolentemente la pérdida de miles de sus miembros, y muchos más
imposibilitados cada año en una actividad como es el tráfico rodado,
necesariamente está, cuando menos, carente de sensibilidad, por decirlo de una
manera suave, yo al menos lo percibo así.
Sé positivamente que a muchos no les gustará lo que digo,
pero después de cuarenta años procurando conducir con sensatez (confieso que no
siempre lo conseguí en mis años de juventud) y mirando con atención cuanto
ocurre a mi alrededor en esta actividad de disfrute (cada vez menos como se
puede deducir de lo que escribo aquí), no puedo por menos que indignarme y,
como tenía un apremiante deseo de explayarme y decir a los demás lo que siento
y pienso al respecto, así lo hago, y es en eso en lo que consiste mi osadía.
Si este pequeño trabajo sirve para concienciar a alguien y
de paso evitar alguna muerte, ya sería un inmenso motivo de orgullo y honor
para mí. Espero de corazón que así sea.
Perdonadme y, gracias si a pesar de todo lo dicho decidís
leerme
ACCIDENTES DE TRÁFICO
No creo que haya que ser muy espabilado para rechazar de
plano en la mayoría de los casos la denominación de accidente cuando se trata
el tema del tráfico de vehículos.
Dice el diccionario de la RAE en su tercera acepción:
«Suceso eventual o acción de que involuntariamente resulta daño para las
personas o las cosas», a mí se me queda escasa esta definición y agregaría:
suceso fortuito no previsible. Luego entonces, eso que comúnmente se califica
de accidente de tráfico considero que poco tiene que ver con esa definición.
Pues la prisa (¡cuántas tropelías, incluidas muertes, en nombre de la dichosa
prisa!), la falta de atención en lo que uno está haciendo cuando lleva un
vehículo (que es un arma letal en manos de ineptos), y que ahora se dice
distracciones al volante, no es en absoluto un accidente, pues todos esos
defectos son previsibles y por tanto evitables.
De aquí deduzco que lo que, insisto, comúnmente se califica
como accidente de tráfico, no lo es en absoluto. En todo caso, quien circula
como es debido y se ve sorprendido por las malas acciones de otros, es quien
sufre un accidente. Y por desgracia de esos se habla muy poco, cuando son los
más perjudicados por las malas acciones de otros. Algo que tanto los
legisladores como quienes aplican esas leyes, ignoran con demasiada o excesiva
frecuencia. Cuando es a esas víctimas «inocentes» y a sus familias a las que se
debería proteger a ultranza.
Todas esas muertes evitables, seamos valientes a la hora de
denominarlos, son crímenes, que yo llamo sociales, sin más, generados por la
estupidez humana. Creo recordar que fue Rafael Alberti, a raíz de un «accidente
de tráfico» sufrido en carne propia, que dijo: «Es la forma más estúpida de
perder la vida». Total y absolutamente de acuerdo con él.
El que esto escribe, perdió un hermano en la flor de la vida
(tenía veintitrés años) a consecuencia de la mala educación y desidia de unos
padres irresponsables que no habían enseñado a su hijo (que por cierto también
pagó con su vida su insensata acción, no llevar luces en su moto siendo de
noche, pero que al fin y a la postre él se lo había buscado, no así mi querido
hermano) el más mínimo respeto por los demás.
La administración dio como en tantos miles de casos
similares la callada por respuesta, y en aquellos años, más aún. Las compañías
de seguros, valiéndose de la insensibilidad de las leyes del momento, no
desaprovecharon la ocasión para eludir sus responsabilidades; ¡qué vergüenza!
y, qué tremenda injusticia.
¿Cuántos miles de jóvenes insensatos o inocentes, depende de
los casos, han perdido la vida desde aquel aciago día (víspera de las fiestas
de su pueblo por cierto) de agosto de 1983, en el que murió mi hermano?
¿Cuántas familias, desde entonces, han pasado por similares peripecias que
conmocionan la vida para siempre a cuantos hemos perdido a alguien en
circunstancias parecidas?
Unas cifras y unos datos estadísticos en las noticias del
lunes siguiente, como si se tratara de datos económicos y no de vidas humanas.
¿Se entiende ahora, cuando digo que esta sociedad se ha vuelto insensible a los
muertos en las carreteras y calles de nuestras ciudades y pueblos?
¡Deberíamos avergonzarnos! Cuando una sociedad permanece
impasible asumiendo esas cifras semana tras semana, mes tras mes y año tras año
y sigue permitiéndose perder una parte del futuro del país, pues una buena
parte de ellos son jóvenes, por estupideces semejantes, es necesariamente, una
sociedad enferma.
Es indignante para cualquiera que tenga un mínimo de
sensibilidad y humanidad y, además, absolutamente intolerable.
Hablaba antes de los padres irresponsables. Hace tan solo
unos meses me sorprendí viendo en varios canales de televisión, cómo esas
emisoras ponían una y otra vez un vídeo de una señora que había grabado un
«accidente» en directo en la misma curva donde al parecer había perdido la vida
su hijo. Todos unánimemente de acuerdo con lo que ella relataba. Pues señora,
señores que dan pábulo una y otra vez a opiniones objetivamente interesadas. El
individuo que se ve en ese vídeo actuó con total y absoluta impericia y lo que
cabe preguntarse es: ¿circulaba a la velocidad adecuada?, ¿tenía una
señalización previa de limitación de velocidad acorde al peligro y se la pasó
por el arco del triunfo? Porque vamos a ver, ¿cuántas decenas de miles de
personas habían pasado y pasan todos los días por ahí y no les ha ocurrido nada?
Esas son las preguntas que hay que hacerse y no decir que su hijo era un joven
modélico, pues supongo que cuantos han pasado anteriormente por sucesos
semejantes no dirán de sus hijos, parientes o conocidos que eran unos
irresponsables, dirán como es lógico que eran personas excelentes.
Es muy chocante para mí ver en televisión o leer en la
prensa que toda la corporación de un pueblo rinde honores a unos vecinos que
por su propia irresponsabilidad perdieron la vida. ¿Cómo pensarían esos vecinos
si, a consecuencia de esa irresponsabilidad hubieran matado a sus hijos, o a
ellos mismos, que circulaban con la debida precaución?, porque eso es lo que
ocurre desgraciadamente con demasiada frecuencia.
Me pregunto: ¿cómo una sociedad puede rendir homenaje a individuos
que podrían haber sido los asesinos de uno cualquiera de esos que participan en
el mismo? Acaso, ¿hemos perdido el juicio?
No voy a poner en duda a estas alturas que hay en las
carreteras puntos conflictivos, puntos negros les llama la gente, tramos de
«concentración de accidentes» los técnicos de tráfico y carreteras, etc...
Yo he
visto unos cuantos, pero por cada uno de ellos, he visto miles de puntos negros
llevando un vehículo para el que no son aptos para manejar en absoluto, por
muchas y diferentes razones. No saben mínimamente lo que hacen cuando lo cogen,
¿de quién es la culpa?, eso es lo que hay que preguntarse. Esos son los
verdaderos puntos negros a los que en verdad hay que temer; el problema es que,
no sabes quiénes son, pues, paradojas de la vida, puede ser tu propio hijo
quien te mate, o viceversa. Suena muy fuerte, como se dice ahora, verdad, pero
esa es la triste realidad, no nos engañemos, cosa, por otra parte, a la que
somos muy dados los humanos. No hay malas y buena carreteras, sino buenos y
malos conductores. Yo no temo a la carretera si está bien señalizada, sino a
los que circulan por ella.
Porque, seamos sensatos, echar la culpa a las cosas de
nuestra propia ineptitud no es razonable ni racional, más bien es necedad o,
¿acaso el cuchillo es responsable de que alguien lo haya usado para matar a un
semejante?
A lo que estamos obligados los usuarios de las carreteras es
a exigir a quienes tienen la responsabilidad de las mismas, que estén en
correcto estado, correctamente señalizadas, debidamente vigiladas para proteger
a las personas decentes y correctas, o que intentamos denodadamente serlo, de
esos estúpidos desalmados que con tanta frecuencia no res- petan a nadie, ni
siquiera a ellos mismos, qué caramba.
Por último, en ocasiones he pensado si al igual que en otros
aspectos de la vida, la madre Naturaleza no se regula de alguna forma con todas
estas muertes. Claro está, que para ella no tiene sentido eso que nosotros
llamamos justicia. Como algunos dicen de dios, quizá tenga caminos
inescrutables. ¿Quién sabe? Pero lo cierto es que igual que a él, los inocentes
se le olvidaron.
Hastalos