Otro asunto, las famosas ITV, otra estratagema más de
similar intención, la economicista. ¿Cuántos trastos hemos visto en la
carretera? y nos hemos preguntado: ¿dónde pasa la ITV este elemento? Por no
hablar de las grandes flotas de vehículos.
Resulta que cada vez se exige antes y por menos tiempo. Un
vehículo con cuatro años, en el 90% de los casos está nuevo. ¿Cuántos
kilómetros hace al año un conductor medio? Todas estas medidas que la
administración disfraza de preventivas no tienen más motivo que el economicista
fundamentalmente. Se han parado a pensar para qué se hacen las carreteras. El
coche es el tótem de esta sociedad. Con vistas a él se hace casi todo. Es un
pilar fundamental de la economía de los países occidentales industrializados. Hasta
una triste casa rural tiene una relación directa con él. Piénsenlo.
Pero dejando estos aspectos económicos a un lado, que no por
ello dejan de ser muy importantes, volvamos al permiso. ¿Hay algún ingenuo aún,
que piense que en las autoescuelas se enseña a conducir?, ¡qué honrosas
excepciones debe haber! Otro aspecto economicista más. Por un dineral te
enseñan picarescamente (algo muy arraigado en nuestra manera de ser) a tratar
de aprobar esa prueba totalmente subjetiva y, en ocasiones sujeta al capricho
del examinador, a la que nos somete la administración, eso es todo. Esto por no
hablar de los exámenes para los infractores que ahora han puesto de moda.
LOS AYUNTAMIENTOS
Ya referí antes que son las administraciones que menos se
implican en la llamada seguridad vial, y es cierto. Hay que decir en su
descargo, sobre todo en las grandes ciudades, que el tráfico rodado es un gran
problema para los responsables, no tanto de seguridad, que también, como de
ordenación del mismo, pues sin orden la convivencia sería caótica por no decir
imposible, aunque en ocasiones ya se acerca mucho a ello. No en vano lo que
prima son la vigilancia y el negocio de los estacionamientos. Pero cuando se
trata de la seguridad, esta está dejada de la mano de dios o del diablo, no se
sabe bien.
Todo son bolardos, badenes, ¿cuántos habrá en el país?,
¿cuánto nos cuestan?. Por cierto, yo pensaba que un badén era lo contrario de
estos montículos, que están tan de moda en casi todos los municipios.
En vez de atajar los problemas de raíz y en el origen, todo
es tratar de paliar los desaguisados de los conductores con medidas
«colaterales», palabra tan de moda de unos años acá. Que los automovilistas in-
cívicos corren en demasía, pongamos obstáculos, que se fastidien los cívicos también.
Que los sinvergüenzas se suben en las aceras, pongamos bolardos y hagamos
rediles con talanqueras, que se fastidien los peatones, con problemas de
movilidad o sin ella. Bolardos que en ocasiones son incluso peligrosos si
alguien se cae con ellos o sobre ellos andando por la acera ¡Qué triste y
vergonzoso! ¡Vaya forma tan curiosa de solucionar los problemas!
¿Cómo es posible que cada dos por tres veamos en televisión
a vecinos de un pueblo o de un barrio hartos de hacer peticiones a los
responsables municipales, o autonómicos en otros casos, manifestarse pidiendo a
gritos que se les ponga un semáforo, un paso de peatones, etc., porque hay
problemas? Pasa el tiempo y nadie hace nada hasta que hay una desgracia, y a
veces ni por esas ¡Es indignante que se tenga que llegar a eso!, cuando el
concejal o alcalde responsable debería de actuar de inmediato cuando esto
sucede, incluso anticipándose a las quejas de los vecinos, ¿pues no están en
ese cargo precisamente para eso, para solucionar los problemas de estos con
diligencia? y resulta, que todo son excusas para justificarse, la pelota de
unos a otros ¡qué poca vergüenza!
Muere una mujer embarazada y, días después el hijo que
concebía a consecuencia de un atropello en una calle de Villalba, porque la
señal vertical que precede a un paso de peatones unos gamberros incívicos la
han tronchado hace meses, y el «conductor», por deslumbramiento al parecer, no
ve las marcas del paso de peatones en la calzada; nadie se ocupa de reponer en
el plazo más breve posible esa señal. Es increíble, indignante e intolerable.
Lo más preocupante es que nadie es responsable de nada. ¡Qué país! ¿En manos de
quiénes estamos?
A PROPÓSITO DE UNA PROTUBERANCIA
¿Cuántos pueblos y ciudades hay en España? Y por tanto,
cuántos «badenes». ¿Cuántos alcaldes y concejales? ¿Es posible que ninguno de
estos próceres de nuestros pueblos y ciudades haya caído en la cuenta de que:
poner obstáculos en las calles y carreteras de nuestra España es una falta muy
grave, según la ley de seguridad vial? Ley, que igual que todas las demás están
obligados a cumplir y hacer cumplir por juramento o promesa pública. Y me
importa un rábano que luego quieran justificarse mediante normas (argucias
legales, diría yo) más o menos encubridoras de la falta, como que si no deben
tener más de 15 cm y otras sandeces parecidas. Un obstáculo es un obstáculo y
no se puede justificar simplemente porque yo soy el alcalde.
A ninguno de ellos se les ha ocurrido además que esos
obstáculos no sirven mas que para incordiar y fastidiar, así como para
estropear el vehículo a los ciudadanos honrados que circulan como es debido,
que aunque seamos pocos, estamos asistidos por la razón..., aunque estemos en
minoría; pues la mayoría no significa necesariamente tener razón.
Les ruego encarecidamente que vigilen por espacio de un
tiempo cómo se pasan esas protuberancias que nos han costado un dineral a todos
los ciudadanos, honrados o no. Quien más y quien menos aminora la marcha para a
continuación apretar el acelerador sin tino, para volver a hacer lo mismo otra
vez ante el siguiente chichón. Gasto estúpido de energía, contaminación
absurda, ruidos incesantes e innecesarios. Qué pretenden, que para que se vaya
despacio, tengan que ponerlos cada diez o quince metros, ¡qué poco sentido común!
Por otro lado observen como, para los incívicos, les llamo
así con- descendientemente, es como si esos chichones no existieran; luego,
¿qué es lo que han conseguido estos próceres?; un resultado totalmente
contrario al que pretendían, suponiendo que de sus caletres salga algo
razonable. Persiste el problema, pero aumentado con todos los inconvenientes
que acabo de enumerar y alguno más obviado. Pues bien, siguen con contumacia
sembrando nuestras calles y carreteras de caballones.
Una vez más no se atajan los problemas de raíz, no, se
parchea una y otra vez las consecuencias de esos problemas. Todo esto haciendo
caso omiso de sus obligaciones y responsabilidades ante los ciudadanos, o,
quizá ¿habría que llamarlos de otra manera?, porque no nos engañemos, los
ciudadanos nos dejamos ningunear, si no fuera así, no tendríamos estos próceres
chuleándonos.
Hagan su trabajo como es debido, sancionen y persigan a los
infractores y déjennos en paz a los demás, o es que quizá eso sería impopular,
como dicen ahora, y, temen a los votos de esa mayoría incívica.
Pues ese debe ser su cometido señores, mal que les pese,
hacer la vida más apacible y tranquila a los ciudadanos honrados, tomar
decisiones valientes siempre presididas de justicia y razón, si es que son reconocibles
esos valores, que parecen cada vez más olvidados. Claro que no son rentables
políticamente.
A propósito de lo referido con anterioridad. En un periódico
leo la estupidez de un acuerdo entre la DGT y FEMP para reducir en los
municipios la siniestralidad que se produce por la falta de respeto a la
velocidad establecida. Estos políticos o cargos, ¿nombrados a dedo? (Ana Ferrer
y Andrés Monzón, etc.) no pueden seguir en sus puestos, cobrando del erario.
Ahora se les ha ocurrido que vayamos todos a paso de tortuga por las calles
haciendo un amasijo de chapas multicolor y respirando dentro de una humareda
perniciosa. Todos a 30 km/h. A su tremenda incompetencia añaden su estolidez,
¡qué horror! Los ayuntamientos llevan haciendo dejación de su responsabilidad
en estos asuntos más de treinta años. ¡Ya está bien!, ¿no les parece?
En otro orden de cosas, ahora en el ámbito estatal, parece
ser que el congreso de los diputados ha aprobado por unanimidad anular la norma
por la cual a los noveles se les prohibía circular a más de 80 km/h. La razón,
decía la prensa, es que era una norma antigua. Una vez más los antiguo no tiene
cabida, qué absurdo. También se podía haber simplemente adecuado esa norma y
permitirles circular como antes en carreteras secundarias limitadas a 90 km/h.
Permitir circular a 90 en vías con limitación genérica de 100 y permitirles ir
a 100 en las limitadas genéricamente a 120 km/h. ¿Qué tal les parece mi
propuesta, señores lumbreras? Y todo gratis, sin reuniones de grandes sesudos,
generalmente muy costosas para todos. Por cierto: salvo cuatro descerebrados
que creen ser los reyes del mambo, los principiantes en general tienen cierta
aprensión a cometer infracciones. Es a partir del primer año cuando, creyendo
ser unos expertos, se pegan los mayores tortazos.
Hastalos