domingo, 17 de abril de 2016

La Corona de España (Castilla), Venezuela y la Revolución Republicana


Las sucesiones al trono del reino de España han sido mayoritariamente traumátias a lo largo de nuestra historia. 
La sucesión de Carlos V por Felipe II nos llevó a un mayor empobrecimiento de la España peninsular y a la guerra de Flandes, entre otras muchas calamidades. Felipe V llegó al trono tras vencer en una guerra que duró doce años y concluyó con los tratados de Utrech, en virtud de los cuales Gibraltar pasa a subditarse a la soberanía británica; se promulgaron los Decretos de Nueva Planta, produciendo una herida en Catalunya de la que, en buena parte, se ha alimentado el independentismo catalán desde entonces hasta nuestros días. 
Fernando VII llegó al trono después de conspirar contra su propio padre y traicionar a su pueblo, el pueblo que se levantó en armas contra el ejército invasor de Napoleón Bonaparte y elaboró una Constitución en defensa del monarca y de la que el monarca se deshizo en cuanto se le presentó la ocasión, encarcelando, ejecutando o mandando al exilio a los liberales que nunca pusieron en cuestión sus derechos dinásticos. 
Isabel II accedió al trono provocando las guerras carlistas y lo abandonó expulsada por la Gloriosa. Pero, quizá, la sucesión más traumática fue la que protagonizó Carlos IV a la muerte de su padre Carlos III. 
La más traumática y la menos estudiada en los centros de enseñanza españoles.
El reinado de Carlos IV se inició en pleno apogeo de las ideas de la Ilustración y la Revolución Francesa. 
Desde casi el primer día de su reinado, Carlos IV vivió preso del "pánico de Floridablanca", motivado por el trágico destino que le aguardó a Luis XVI con la revolución. 
El movimiento revolucionario en España, sin haber pasado prácticamente a los libros de Historia que se estudian en nuestros centros de enseñanza, en cambio, tuvo un papel crucial en la independencia de las provincias americanas que durante tres siglos habían estado gobernadas por la Corona de Castilla.
La cosa empezó en 1795, con la rebelión de Madrid (o San Blas) liderada por el profesor ilustrado Juan Sebastián Picornell y que pretendía inocular el espíritu de la Revolución Francesa en el tejido social español y hacer de España una República o Monarquía constitucional, bajo el lema de "libertad, igualdad y abundancia". 
Fracasada la rebelión, Picornell y sus compañeros de aventuras fueron confinados a la cárcel de La Guaira, en Venezuela, de la que no tardaron en fugarse para unirse a los criollos Manuel Gual y José María España en la rebelión de Guaira, en 1797; rebelión que también fracaso, pero que sembró la semilla de lo que a partir de 1811 iba a ser la consumación de la independencia de las provincias americanas de la Corona de España. Sorprende que, todavía hoy, se mantenga que en España no hubo una revolución semejante a la francesa, cuando, en realidad, la hubo y de consecuencias mucho mayores, nada menos que la desintegración del Imperio español y la conversión de las provincias americanas en repúblicas democráticas. 
La revolución española fracasó en la península, pero triunfó plenamente en América, sellando el proceso revolucionario el 9 de diciembre de 1824 con la batalla de Ayacucho, en la cual participaron dentro de las filas de los independentistas (patriotas) que vencieron a las realistas (godos) muchos de los protagonistas de la rebelión de Madrid; entre ellos, el joven Manuel Cortés y Campomanes.
Tanto que se habla hoy de Venezuela, por su supuesta afinidad con Podemos, parece ser que nadie recuerda que fue de Madrid a Guaira por donde se trasladó el ideario republicano que, a la postre, aportó el fundamento ideológico que hizo triunfar la revolución en América Latina y supuso el hundimiento del Imperio español.
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