Como el tema de actualidad es la guerra europea en Ucrania, tenía en mente otras entradas relacionadas con Occidente, como qué papel juega en el mundo, el auge de los movimientos identitarios reaccionarios (neofacismos, derecha alt-right), la nueva izquierda postmoderna occidental, el futuro de Europa (¿qué es mejor, el decrecimiento económico o que caiga ya el meteorito?) y si al planeta le da igual lo que Occidente haga con él (al fin y al cabo, nosotros llevamos en esta roca un cuarto de hora y solo estamos de paso).
Estas dudas me las resolvió Fernando Márquez, “el zurdo”, cuando en su canción “Mi dulce geisha” decía que “en cada europeo se esconde un idiota”. Cosa que sospechaba yo cuando comparaba el estilismo de las asiáticas de Londres y su pelo teñido de colores chillones, con el aspecto estirado y frígido de los ingleses, tan flemáticos ellos y con pinta de lechuga. Así que no me extraña que David Bowie tuviera su “China girl”. Ni que en los 80 triunfaran grupos musicales como “China crisis” y en España “Las Chinas”. Ni que las instalaciones de Hengdian, (el Hollywood chino o Chinawood), sean el estudio cinematográfico más grande del mundo (Hollywood, chúpate ésa).
Estaba yo con estas reflexiones cuando el chino de la tienda de la esquina me dijo: “los occidentales sois unos flojos”. Y tras esta frase lapidaria me puse a rumiar una idea: ¿llegó ya la decadencia y ocaso de Occidente? Ante esta posibilidad (muy real y plausible), supongo que la izquierda revolucionaria forera salivará (por fin se termina el imperialismo occidental, ¡qué alivio!) y el sector bloguero derechuzo se entristecerá (lástima de cultura europea que finiquita, mecachis). Así que este Occidente, heredero de la cultura grecorromana, la ilustración, la razón y tantas revoluciones, tiene los días contados: ¡qué bien!, por fin se termina el ciclo de Occidente y su pretendida superioridad cultural (siempre fue un cuento chino).
La idea de la decadencia de Occidente ya la habían adelantado autores como Nietzsche, que hace una crítica feroz a la cultura europea, viciada desde su origen griego (a Platón lo masacra). Nietzsche, Marx y Freud son “los filósofos de la sospecha” (así llamados por Ricoeur), porque critican el pasado de Occidente y reniegan de sus paradigmas filosóficos, culturales y sociales. Oswald Spengler en su libro “la decadencia de Occidente” afirma que la cultura occidental está en su fase final. Thomas Pikkety habla en su libro "El capitalismo del siglo XXI", de una regresión al siglo XVIII porque el capital está concentrado cada vez en menos manos: la nueva aristocracia. Umberto Eco dice que vamos hacia una “Nueva Edad Media” de estructura neofeudal con nuevos señores feudales (multinacionales, oligarquías financieras y clase política) y una degradación de las democracias occidentales, sistemas demasiado vastos y complejos para ser coordinados. Lo cual concuerda con la teoría marxista de un colapso civilizatorio occidental por las contradicciones del sistema capitalista. Colapso en el que participa China, que está sustituyendo a USA como imperio mundial, porque el ciclo occidental habría llegado a su fin.
Que finalice el imperio occidental es normal (como todos los imperios), pero que lo haga por desistimiento y suicidio cultural es abracadabrante, porque no se ha visto en la historia una cultura con una autocrítica tan feroz contra sí misma (rara vez se escucha a un chino, japonés o musulmán criticar su cultura). Y esta autocrítica occidental viene tras haber alumbrado las sólidas verdades ideológicas del comunismo, socialismo, anarquismo, liberalismo y demás ismos de la modernidad. Verdades sólidas que luego Occidente deconstruye y sustituye por la verdad líquida y débil de la postmodernidad, que es la incredulidad en los grandes relatos, el escepticismo social y el fin de las certezas del pensamiento, como dice François Lyotard. Con lo cual Occidente no cree ni siquiera en sí mismo y disfraza su hastío con palabros como Postmodernidad, Sobremodernidad, Modernidad Líquida, Modernidad Débil, Segunda Modernidad, Modernidad Tardía, Ultramodernidad, Automodernidad, Transmodernidad, Altermodernidad, Post-postmodernidad y demás hallazgos lingüísticos y ocurrencias. Así que, tras las verdades duras y tradicionales de la Modernidad y su deconstrucción por la Postmodernidad, ¿qué nos queda de Occidente? Nada. No queda nada. Excepto el recuerdo de lo que un día fue y que ahora es un Parque Temático del pensamiento pasado. O el “desierto de lo real”, como dice Zizek. O el magma informe y fluido de una sociedad líquida, como dice Zygmunt Bauman. O el pensamiento débil, que dice Vattimo. O el existencialismo vacío y deprimente de los engreídos franceses. Así que Occidente, sin sus antiguas referencias sólidas tradicionales, se ha convertido en un desierto lleno de ideas líquidas, débiles y sin identidad, donde solo quedan los colorines del capitalismo de ficción y espectáculo, que nos ofrece una falsa realidad de ficción o realidad mejorada, plasmada en las pantallas y virtualidad de Internet. O sea, nada. Vacío y más vacío, eso es Occidente hoy. Bueno, algo queda: la cultura de centro comercial, la telebasura de los realitys de casquería, Netflix, Hollywood y el pensamiento a golpe de Twit de 20 caracteres (pero esto lo arregla San Elon Musk en un periquete).
Y este vacío, ¿de dónde viene? Me aventuro a creer que de un sentimiento de culpa que viene de lejos. Quizás de los tiempos de Alejandro Magno (Alejandro, otro cabrón imperialista). O de cuando los griegos derrotaron a los persas (debieron ganar Ciro, Jerjes y compañía, coño). O de cuando Roma venció a Cartago (los cartagineses, esos incomprendidos). O de cuando Europa se impuso sobre el Islam: lástima que Carlos Martel ganara en Poitiers, que los musulmanes no se quedaran en España, que Solimán no conquistara Viena y que Europa no sea hoy Eurabia (¡pobres musulmanes!). O de cuando Occidente globalizó el mundo: debería haberlo hecho Genghis Khan, los aztecas, los mayas, los japoneses, los chinos, el Islam o cualquier otra civilización (hubiera sido mucho mejor porque no existiría el malvado eurocentrismo). O de cuando USA ganó la guerra fría (debería haberla ganado la URSS, que fue la que más puso en la derrota del nazismo). En todo caso, Occidente tiene un sentimiento de “deuda histórica”, de haberse equivocado al extender su relato civilizatorio y “destruir cosmogonías”, como dice Foucault y Enrique Dusel. Por eso Sartre hablaba de colonias, metrópolis y élites europeas en el libro de Franz Fanon “Los condenados de la tierra “. Y por eso da vergüencita a los occidentales reconocer que son occidentales y esconden sus raíces, pasado y logros culturales. Y por eso Occidente ya no se ve a sí mismo como un segundo imperio romano civilizador, cosa que pensaba en su época de matón y macarra mundial (sí, fuimos unos chulos, es la cruda realidad).
Dice Foucault que "no hay conocimiento objetivo, sino epistemes o sistemas de conocimiento creados por grupos de poder". Y añado yo que como Occidente ha ostentado esos epistemes o sistemas de conocimiento, se siente culpable de haberlos impuesto. Culpa que intenta paliar con su multiculturalismo (no sé si interculturalismo), tal que redención cultural y acto de contrición para lavar su mala conciencia de pasado: es culpable por haber triunfado y debe pagar por ello. Quizás por ello da un paso atrás y deja un vacío, que otras culturas como China, Rusia o India ocupan con sus epistemes alternativos. Y así, ya no habría un mundo unipolar sino otro multipolar, con Occidente en franca retirada porque ya apenas tiene identidad social y su inconsciente colectivo y memoria histórica están llenos de dudas y culpas: por eso ya no quiere (ni puede) imponer su cosmovisión.
¿Y cuál es el futuro de Occidente?
Respuesta corta: Kaput. The End.
Respuesta larga: Occidente está llegando (o ha llegado) al final de su ciclo de hegemonía por una conjunción de factores: sentimiento de pasado culpable, dudas sobre sí mismo, fatiga existencial (maldita postmodernidad), autocrítica feroz y auge de otras civilizaciones. Y entre ellas, la más cabrona es China, que protagonizó la mayor revolución moderna de las últimas décadas a partir de 1978 con Deng Xiaoping, cuando el PCCh dio a luz el socialismo de mercado, ese extraño híbrido entre comunismo y capitalismo que mandará a Occidente al basurero de la historia. Este país es el mayor poseedor de deuda pública estadounidense: 1,12 billones de dólares en bonos del Tesoro de USA, con lo cual Pekín podría utilizar este armamento económico y dar un puñetazo sobre la mesa si Washington se pusiera farruco y le tocara las pelotas (Taiwán, ve calentando). Y aunque USA presente su proyecto de ley para apoyar al dólar como principal moneda de reserva mundial, no podrá evitar que el PIB de China, de casi 13 billones de euros, iguale o supere al de USA en pocos años (y el consiguiente papel del yuan como moneda internacional). Esta hegemonía china y éxito de su modelo autoritario supondría un futuro inquietante para Occidente: adiós a la democracia parlamentaria de DDHH y libertades (Montesquieu, eres un pringado). Y adiós a las veleidades occidentales ecologistas, verdes, sostenibles, feministas, LGTBIQ-friend, decrecimiento económico y demás leit motivs de la izquierda líquida, porque China es un régimen autoritario, no se anda con chiquitas, tiene las ideas claras, va a lo suyo y no tiene esas inquietudes woke. Por no hablar de su resentimiento y deseo de venganza histórica por el colonialismo occidental en Asia, ideas que ya adelantaron los nacionalistas japoneses (y después Yukio Mishima).
El futuro esperado hasta hace poco en Occidente era un escenario idílico en el que alcanzaría el cenit de la civilización. Pero va a ser que no, porque el dragón chino supone un punto de inflexión. Y si no es China será India. Y si no, Rusia. Con lo que el escenario plausible, tras la caída de Occidente, será la coexistencia de culturas y civilizaciones en un mundo multipolar con varios centros de poder y áreas de influencia. En este escenario coexistirían sistemas distintos, como el capitalismo duro o salvaje (USA), el capitalismo liberal-socialdemócrata (UE), el socialismo de mercado (China) y sistemas autoritarios (Islam, Rusia). Pero coexistir no es fácil, Occidente se resistiría antes de caer y podría haber un “choque de civilizaciones”: Samuel Huntington fue un profeta y Fukuyama un tonto a las tres.
Al final, Occidente caerá: “Alea iacta est”, la suerte está echada. Y mientras Occidente finaliza, reflexionemos sobre la posibilidad de que en cada europeo se esconda un idiota, como decía “el zurdo”; o si los occidentales somos unos flojos, como decía el chino de la esquina. O sea, unos baizuo, esa palabra con la que los chinos definen a esos occidentales que pretenden salvar al mundo con sus ínfulas de superioridad moral y cultural, ¡qué ilusos!
Un Tipo Razonable