viernes, 18 de marzo de 2022

INVASIONES, GUERRAS, PROVOCACIONES Y FAKE NEWS

Son pocos los países que desean ser vistos como los agresores en una guerra. Por lo general, se procura que sea el adversario el que cargue con la culpa y el sambenito de haber iniciado las hostilidades. Para ello, los estrategas de la geopolítica, un concepto especificado como tal en el siglo XIX pero que se ha practicado desde siempre, han buscado con harta frecuencia la manera de responsabilizar al enemigo de toda la carga de horror y crueldad que siempre implica un gran conflicto. Sin embargo, no todos los países han empleado de manera invariable o en todas las situaciones prebélicas este recurso. Por ejemplo, el razonamiento que emplearon los Estados Unidos de América ni siquiera consideraba que México tuviera el derecho a conservar los territorios como Texas o California que el gobierno de Washington le estaba arrebatando, sino sencillamente que los pobladores norteamericanos de esos estados hacían un mejor uso de las tierras que los propios mexicanos. Todo esto fue argumentado por el propagandista y columnista John O’Sullivan en agosto del 1845, el mismo autor del concepto del “Destino Manifiesto” de los Estados Unidos que, según él, justificaba cualquier conquista futura de los Estados Unidos en territorio americano. En palabras del propio O’Sullivan: “El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”. Quizá cabría explicarse toda la historia subsiguiente del continente americano, con el alrededor de centenar de golpes de estado e intervenciones militares propiciadas por Estados Unidos, como la definitiva puesta en práctica de esta doctrina.
   Pero otros estadistas, como por ejemplo el canciller alemán Otto Von Bismarck, prefirieron actuar de una manera más disimulada, y procurando por todos los medios que fuera el otro bando el que diera el primer cañonazo. Prusia venía de ganar dos guerras con sus vecinas Dinamarca y Austria que le sirvieron no sólo para obtener ganancias territoriales sino, sobre todo, para engrasar su máquina militar y empezar a aglutinar lo que luego sería el estado alemán que hoy conocemos. Pero para obtener la preponderancia en el continente europeo, parecía indispensable una victoria sobre la Francia de Napoleón III. Los jefes del estado mayor prusiano llegaron a la acertada conclusión de que su ejército era superior al francés, y empezaron a maquinar la manera en que podría producirse una guerra entre los dos países. La ocasión se presentó con motivo de la sucesión al trono de España tras el exilio de Isabel II en 1868, cuando desde Prusia se impulsó la candidatura de Leopoldo de Hohenzollern. Esto causó una oposición frontal de Francia, que temía verse cercada entre dos países como Prusia y España ambos con monarcas de la misma dinastía hostil a sus intereses.

   El ardid que se le ocurrió a Bismarck consistió en dar a conocer a la opinión pública una nota del rey de Prusia Wilhelm I, manipulada por el mismo canciller para hacerla aún más rotunda y ofensiva, en la que se rechazaban las exigencias francesas en el sentido de que Prusia retirase su candidatura al trono español. La ira francesa alcanzó cotas de histeria colectiva hasta el punto de llegar a la declaración de guerra. Justo lo que los estrategas prusianos, con el propio Bismarck y el mariscal Moltke a la cabeza, habían estado esperando. La victoria de Prusia fue clara y rotunda, y a la vez sembró las semillas de lo que cuatro décadas más tarde sería la Primera Guerra Mundial, con la muy conocida reivindicación francesa de recuperar Alsacia y Lorena. No contento con haberse extendido su influencia por casi todo el continente americano, el gobierno de los Estados Unidos fue a fijarse en Cuba, la última colonia española que quedaba en América. La guerra entre la decadente potencia europea y los Estados Unidos era ya casi inevitable, pero el detonante y catalizador de la declaración de guerra fue la explosión producida en el acorazado USS Maine, un buque por otra parte obsoleto incluso antes de entrar en funcionamiento, pero que fue utilizado como casus belli por la prensa amarilla de los magnates William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, quienes no vacilaron en culpar al gobierno español del desastre. El eslogan “Remember the Maine, to Hell with Spain” hizo fortuna, y dio paso a una ofensiva naval que llevaría a una rotunda derrota española que causó un profundo trauma entre quienes habían creído en el triunfalismo de la prensa española que menospreció de manera sistemática el poderío estadounidense en las vísperas de la guerra. A veces las provocaciones ni siquiera son necesarias, sino que ciertos gobiernos son tan torpes que proporcionan a los gobernantes de los países enemigos el motivo perfecto para la declaración de guerra. Este sería el caso del llamado telegrama Zimmermann, enviado por el secretario de asuntos exteriores alemán de ese nombre en el que se sugería al gobierno mexicano que se uniera a la causa alemana si estallaban las hostilidades entre Alemania y los Estados Unidos. El trato consistiría en que en ese caso Alemania ayudaría a México a recuperar los territorios perdidos a manos de Estados Unidos en el siglo XIX proporcionando armamento y apoyo diplomático.

   El telegrama fue interceptado por los servicios secretos británicos, quienes se apresuraron a darlo a conocer, a pesar de que con ello revelaban de manera indirecta que estaban espiando comunicaciones alemanas que se producían a través de una línea telegráfica estadounidense, algo para lo que los británicos carecían de autorización. El escándalo producido a raíz de esto, unido a la tragedia del hundimiento del trasatlántico Lusitania, facilitó mucho los planes del presidente Woodrow Wilson de entrar en la contienda bélica que se estaba desarrollando en Europa. A pesar de los conflictos en que ya se había metido Estados Unidos en su corta historia existía una fuerte resistencia en la opinión pública americana a involucrarse en la sanguinaria pesadilla europea. Una resistencia que el famoso telegrama, cuya autenticidad fue reconocida por el propio Zimmermann, contribuyó mucho a quebrar.

   La derrota en la Primera Guerra Mundial causó una herida incurable en el orgullo alemán, algo que fue cultivado por un partido que luego resultaría ser un maestro en la propagación de lo que hoy llamaríamos fake news, el NSDAP, Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores, vulgo nazis. El propio Hitler afirmó en su libro “Mein Kampf”, que él había aprendido todo lo que sabía de propaganda de los países anglosajones vencedores en la contienda de 1914. Una de las infinitas patrañas nazis que hubiera podido pasar a la historia como verdad absoluta fue el relativamente poco conocido incidente de Gleiwitz, también denominado Operación Himmler. Este suceso consistió en la toma de una estación de radio alemana por parte de un grupo de agentes de las SS que simularon ser polacos y emitieron por las ondas un mensaje antialemán en polaco. Para dar mayor credibilidad a esa macabra pantomima, sacaron a unos cuantos prisioneros del campo de concentración de Dachau y los asesinaron en las inmediaciones de la emisora tras haberles vestido con uniformes del ejército polaco. De haber ganado Alemania la Segunda Guerra Mundial, los libros de historia dirían seguramente que este había sido el detonante del conflicto.

   En las últimas décadas, y tras la derrota alemana, han sido muy pocas las potencias que se han atrevido a desencadenar guerras mediante estas maniobras propagandísticas. Una de las más celebres fue el supuesto ataque contra el navío de guerra norteamericano Maddox en el golfo de Tonkin por parte de unas lanchas lanzatorpedos vietnamitas. Un ataque que nunca existió pero que le serviría de pretexto al presidente Lyndon B. Johnson para multiplicar casi por diez la presencia de soldados norteamericanos en Vietnam, pasando de 60.000 a unos 500.000. ¿Y qué decir de las fake news más recientes que sirvieron para justificar las dos guerras contra Iraq encabezadas por Estados Unidos, la primera a raíz de la anexión fallida de Kuwait por parte del ejército de Saddam Hussein y la definitiva invasión de Iraq realizada por la famosa “Coalition of the Willing”, en el año 2003? A fin de justificar la primera de manera emocional ente la opinión pública mundial, se utilizó el falso testimonio de Nariyah Al Sabah, hija del embajador en Kuwait de Estados Unidos, quien haciéndose pasar por voluntaria en un hospital de Kuwait, dijo que los soldados de Saddam se dedicaban a arrebatar a los niños de las incubadoras sólo para verles morir. En cuanto a la guerra del 2003, es archisabida la historia de esas supuestas armas de destrucción masiva en territorio iraquí que nunca se encontraron y de las que tan profusamente hablaba el trío de las Azores compuesto por Bush, Blair y Aznar. O los pretextos igualmente engañosos que se utilizaron para derrocar al dictador libio Gadafi, tales como el supuesto bombardeo contra la población civil en Bengashi, llevando a ese país mediterráneo a un caos y sufrimiento que todavía no ha cesado. Es por eso que la guerra que ha estallado entre Rusia y Ucrania me causa una tal satisfacción. Acostumbrado a tantas mentiras, resulta una gran alivio asistir a una contienda en la que se nos asegura con tanto aplomo que sólo un bando miente –el ruso, por si había dudas–, mientras que las intenciones de todos los integrantes de esta nueva “Coalition of the Willing”, son de una prístina pureza. Hasta tal punto que la censura absoluta de las versiones del otro bando sobre los aconteceres de la guerra debe ser indiscutible, sin olvidar acompañarla de una estigmatización de todo un pueblo y su cultura sin apenas precedentes en la Historia.

Veletri