La primera aventura de Superman apareció en la revista Action Comics en junio de 1938, tras seis años de denodados esfuerzos de sus creadores, Jerry Siegel y Joe Shuster, llamando a las puertas de todas las editoriales para que su creación fuera publicada. Rápidamente se convirtió en un icono de la cultura norteamericana y, al cabo de un tiempo, mundial. Émulo de personajes de la antigüedad como Sansón o Hércules, Superman se dedicaría, según sus creadores, a luchar contra la injusticia social y la tiranía, unas ideas que encajaban muy bien con la tónica del New Deal del presidente Roosevelt. Las influencias cinéfilas del personaje eran también notorias; el nombre de Clark Kent surgió de la combinación del nombre y el apellido de los actores Clark Gable y Kent Taylor. Siegel también pudo haberse inspirado para crear su personaje en la muerte de su padre. Según cuenta la Wikipedia:
Mitchell Siegel fue un inmigrante que tenía una tienda de ropa en el barrio de Lower East Side, en Nueva York. Murió durante un intento de asalto en 1932, un año antes de la creación de Superman. Aunque Siegel nunca mencionó la muerte de su padre en entrevistas, tanto Gerard Jones como Brad Meltzer creen que debe haberlo afectado. «Tiene que haber tenido un efecto» dijo Jones. «Hay una conexión ahí: la pérdida de un padre como el origen de Superman». Meltzer planteó: «tu padre muere en un asalto y tú inventas un hombre a prueba de balas que se convierte en el mayor héroe del mundo. Lo siento, pero hay una historia ahí».
En todo caso, la idea del superhombre llevaba mucho tiempo planeando en el imaginario occidental. El mismo culto al individuo excepcional, inspirado por tantos autores de la época victoriana, llevaba a ello. Un hito fundamental de esta especie de culto de la personalidad fue el libro del pensador británico Thomas Carlyle “Los héroes” (1841). En el mismo, Carlyle hacía un elogio sin fisuras de los personajes de la Historia que eran irremplazables y que, en su opinión, habían hecho una contribución irrepetible al desarrollo de la Humanidad. Los dividió en los héroes del paganismo como Odín y las demás mitologías, el héroe profeta (Mahoma en el Islam), el héroe poeta (Dante, Shakespeare), el héroe sacerdote (Lutero, Knox), el héroe literato (Samuel Johnson, Rousseau, el poeta Robert Burns), y el héroe rey (Cromwell, Napoleón y el revolucionismo moderno). En pocas palabras, se trataba de la idea de que quienes de verdad movían la Historia eran unos pocos hombres excepcionales que arrastraban al resto de la Humanidad aunque fuera a su pesar o incluso si finalmente la conducían al desastre. Pero la suposición de partida era que su intervención redundaba en un gran progreso de la especie en general. Alrededor de un siglo después, el filósofo Bertrand Russell afirmaba asimismo en su libro “La perspectiva científica” que sin algunos individuos del todo excepcionales como Galileo o Darwin el progreso de la ciencia hubiera sido imposible.
Al cabo de pocos años, el libro de Carlyle fue seguido por las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies y la supervivencia del más fuerte, aunque la expresión que Darwin en verdad utilizó fue la “supervivencia del más apto”. Superada la tan inmensa como estéril indignación eclesiástica inicial, las ideas de Darwin fueron imponiéndose poco a poco en el conjunto de la sociedad, y, además, iban muy a tono con las necesidades ideológicas del propio Imperio Británico, el estado colonizador por excelencia de vastas regiones del mundo, empezando por la vecina Irlanda y terminando en las inmensidades de la India. Dichas creencias, propugnadas de manera ya más ideológica por biólogos como Thomas H. Huxley –el abuelo del famoso Aldous de “Brave New World”, o Herbert Spencer, uno de los mayores referentes ideológicos de lo que décadas más tarde sería el fascismo europeo y mundial– servían además para apuntalar y justificar las enormes brechas entre las clases sociales en la Gran Bretaña de la época, reflejadas en las bandadas de prostitutas y obreros mal pagados que pululaban a miles por las calles de Londres y otras grandes ciudades. En su famoso Zaratustra y otros libros, Nietzsche, quien nunca desaprovechaba una oportunidad de despreciar a aquellos autores que de alguna manera le habían inspirado o servido de referencia, reafirmaba todavía más esta idea de las élites de superhombres (übermenschen) destinados a regir el mundo. Por su parte, el novelista Rudyard Kipling había extendido la idea de “the white man’s burden”, es decir, la obligación del hombre blanco de extender la “civilización” por el mundo. Frente a todo este torrente de ideas, las propuestas de biólogos como el ruso Piotr Kropotkin en el sentido del gran papel que había jugado en el desarrollo de las distintas especies la ayuda mutua entre sus miembros pasaban casi desapercibidas (El apoyo mutuo, libro de 1907). Tampoco hay que olvidar la famosa obra teatral de George Bernard Shaw “Man and Superman” (1903), inspirada de manera directa en las obras del propio Nietzsche, y en la que el autor expone la idea de que es la mujer la que verdaderamente realiza la selección de la especie. En la trama es el personaje femenino principal, Ann Whitefield, quien auténticamente desempeña el papel de D. Juan Tenorio, aunque se nos diga que el personaje masculino principal, Jack Tanner, es un descendiente directo del mismísimo seductor.
Pero de manera paralela al origen del comic de Superman en los Estados Unidos, todas estas ideas estaban destinadas a desembocar en Europa en algo muy distinto. Poco a poco esas ideas de mejora y evolución de la especie, así como los proyectos de eugenesia, fueron aprovechados por los ideólogos de extrema derecha para confeccionar lo que se convertiría en la ideología nazi fascista. Particularmente en Alemania, el auténtico primer ideólogo del expansionismo alemán del siglo XX no fue ni mucho menos Adolf Hitler, sino el militar y profesor universitario Klaus Haushofer, quien desarrolló la teoría de que un estado es un organismo biológico que crece o se contrae, y que en la lucha por el espacio –más tarde se le llamaría “Lebensraum”, espacio vital– los países fuertes toman su territorio de los débiles. Klaushofer se inspiraba a su vez en los escritos de autores como Oswald Spengler –el autor del famoso “La decadencia de Occidente”–, Alexander Humboldt, Karl Ritter y otros. Uno de los estudiantes de Haushofer fue Rudolf Hess, quien escuchó atentamente sus teorías. En su ensayo “¿Cómo debe estar construido el hombre que devuelva a Alemania a sus antiguas cumbres?”, Hess escribió lo siguiente: “Cuando la necesidad lo mande, ese hombre no rehuirá el derramamiento de sangre… A fin de alcanzar su objetivo, está dispuesto a pisotear a sus más íntimos amigos”. Tras el fallido “Bier Putsch” de noviembre del 1923, Hess halló refugio en casa de Haushofer hasta que, después de huir a Austria, fue detenido y condenado a 18 meses de prisión.
En la actualidad, se cree que los auténticos inspiradores del “Mein Kampf” de Hitler fueron en realidad Rudolf Hess y, de manera indirecta pero crucial, el mismo Haushofer, el auténtico diseñador de los conceptos de geopolítica que fueron el meollo de la estrategia imperialista nazi. Según esta versión, el trabajo del torpe Hitler habría consistido sobre todo en ser el amanuense y en poner la firma. Sin embargo, Haushofer tuvo también sus problemas con los nazis. Debido a su matrimonio con una judía, estaba bajo la permanente sospecha de los dirigentes del partido, y en el año 1944 fue incluso vinculado al proceso judicial por el atentado contra Hitler ideado por Claus von Stauffenberg y luego sería encarcelado en Dachau. Todo lo cual no le libró de ser investigado y acusado por oficiales del ejército estadounidense, aunque luego resultase absuelto en el juicio de Nuremberg. Pero su idea de una geopolítica basada en términos biológicos le marcaba como uno de los autores del concepto de “Lebensraum”.
Para algunos, es este “Lebensraum”, el espacio vital que los hombres superiores y sus servidores necesitan para vivir, y por supuesto sin citarlo por este nombre, lo que se encuentra bajo ideas como el “América para los americanos” –del Norte, se sobreentiende–, o las mismas guerras de Estados Unidos en Vietnam, Iraq y otros países del Oriente Medio. Por no hablar del famoso “excepcionalismo americano”, una idea anterior al mismo Klaushofer. En todo caso, y aunque a veces no se quiera reconocerlo, las ideas del académico crearon escuela y no solo en Alemania. Y una forma caricaturesca de la búsqueda de Lebensraum podríamos encontrarla en las actuales expediciones al espacio de individuos con demasiado dinero, tales como Jeff Bezos, Richard Branson u otros, quienes emplean sus descomunales fortunas en expediciones al espacio desarrolladas por la empresa privada. El mismo sombrero tejano usado por Bezos en su juerga espacial no tiene nada de inocente, sino que es una metáfora de la conquista del Far West por los colonos norteamericanos, esas tierras arrebatadas a los pueblos indígenas por la fuerza de las armas. Un elemento del vestuario que solo es comprensible en el contexto de las actuales “culture wars” que tienen lugar en Estados Unidos. Sobre todo es una manera de conseguir apoyos populistas y de que los contribuyentes americanos no reparen en la miseria que Amazon paga en impuestos utilizando los innumerables “loopholes” (huecos) fiscales que las grandes empresas norteamericanas tienen a su disposición. Estos son los “supermanes” del presente, que anuncian sin reparo, como en el caso de Elon Musk, que hay que colonizar el sistema solar para el caso de que la Tierra se convirtiese en inhabitable. Al parecer, salvarla de la catástrofe ecológica les parece una tarea demasiado sentimental o poco rentable.
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