Las tardes de verano de mi infancia en el patio familiar, cuando el calor apretaba, buscábamos modos de entretener las horas. Mi preferencia eran los libros, pero también la caja de postales, mapas y cartas donde se habían ido guardando las enviadas por amigos y familiares en los viajes o en los años de emigración, mi familia ha sido emigrante y viajera desde los primeros años del siglo XX.
La caja de latón había contenido dulce de membrillo, y para nombrarla decíamos “Voy a coger la caja del mundo”. Recuerdo que extendía en una mesa grande aquella cartografía y aquellas imágenes de ciudades, paisajes y monumentos y viajaba mentalmente, colocándolas cada una en el sitio que le correspondía sobre los mapas, visionando a la persona que nos la había enviado y lo que nos relataba en el reverso de la postal o en las hojas manuscritas. Me parecía mágico que una caja de latón tan pequeña contuviera un mundo tan inmenso.
Sirva este recuerdo personal como preámbulo de entrada al tema del eurocentrismo sobre el que quiero esbozar algunas líneas.
El primer error que contenían mis mapas era la posición de las islas Canarias en el mapa de España, que se situaban en un recuadro bajo las islas Baleares, como si pertenecieran al Mediterráneo y estuviesen circundadas por un gran muro. Aún muchos guardamos la foto típica de la escuela ante el mapa de la península ibérica, y allí está el archipiélago canario enmarcado.
Otra deformación cartográfica a la que hemos sido sometidos los escolares de gran parte del mundo ha sido la orientación del globo terráqueo y de los mapas, de modo que el Norte siempre aparece arriba, según los mapas de Mercator del siglo XVI.
No es accidental que los europeos eligieran esa cartografía donde el tamaño de Europa está exagerado, tanto que parece más grande que todo el continente africano, pues se trataba de reseñar la superioridad de una cultura que presenta al Norte como poseedor único de atributos tal que democracia, racionalidad, derechos humanos, modernidad, construyendo el mito de Grecia como ancestro de Occidente y apropiándose de su democracia como paradigmática forma de gobierno del pueblo (democracia que no fue tal pues no participaba de los pocos privilegios de los ciudadanos más que un tercio de la población, siendo excluidas las mujeres, los esclavos y los metecos o extranjeros), dándole a Platón y Aristóteles el título de principio del saber (error etnocéntrico que ignora a Egipto como origen de la filosofía griega) y omite que Europa ocupa una ínfima parte en el planisferio de la tierra y que no fue hasta el siglo XIX cuando comenzó a considerarse a sí misma como centro mundial del desarrollo.
El mismo cristianismo, doctrina de la que presume Occidente haber difundido por todo el mundo, fue una copia de la mitología egipcia y de próximo oriente, transformándola al cabo del tiempo en una religión de muerte y violencia y añadiéndole los rasgos más perturbadores del pensamiento humano: el pecado y la culpa.
Europa presume de centro de la cultura universal pero durante la Edad Media no fue más que una cultura aislada por la gran cultura árabe que se extendía del Atlántico hasta el Índico. Desde el siglo VII los árabes controlaron las principales rutas terrestres de África y Asia, así como las del Mediterráneo y del Océano Índico, Mar Rojo y golfo Pérsico, generando una cultura inmensa que introdujo en los países del Mediterráneo pensamientos orientales (persas, indios, chinos) y valores clásico-helenísticos. Asímismo los árabes aportaron novedosas técnicas de regadío y un floreciente desarrollo artístico y urbanístico, con ciudades como la gran Bagdad en el cruce de las grandes rutas comerciales asiáticas. (La Bagdad que el señor Bush mandó destruir a los bárbaros del siglo XXI, después de 1.600 años de existencia).
La ciudad circular, Bagdad.
Si pensamos en el continente africano, toda su diversidad cultural fue omitida como forma subdesarrollada y primitivamente infantil (así la trataron los saqueadores europeos) enterrando la tradición de la cultura batú, una de las más antiguas del mundo.
El eurocentrismo también ignora el pensamiento, la ciencia y el arte en China, descubridora del papel, la imprenta, el compás, el sismógrafo, el papel moneda, la porcelana, la pólvora, y que durante siglos representó junto a la India el centro del comercio mundial. Poco o nada se ha estudiado en los centros del saber europeos a los viejos maestros Confucio y Lao-Tsé y sus filosofías basadas en la unión con la naturaleza.
Al otro lado del Atlántico ocurrió un hecho singular, que deja a la cultura europea a la altura de los mayores genocidios de la historia y de la ignorancia más supina. Cuando se dice que Colón y sus secuaces pagados por la corona de España “descubrieron” América, se demuestra un irracional etnocentrismo, pues allí vivían personas, nadie las descubrió, ya estaban allí, igual que sus culturas enraizadas en la vida y en la naturaleza
Lo que allí encontraron las bestias de cruz y pólvora pagadas por la corona española, fueron unos grupos humanos avanzados en cuanto a igualdad de la mujer, las mujeres indígenas tenían posiciones de mando, como demostraron encabezando las continuas rebeliones contra los conquistadores. El machismo que hoy existe fue importado de la “universal” Europa. En el relato que hicieron los europeos no hablaron de que muchos pueblos originarios practicaban el divorcio y la homosexualidad era libre (prohibida cuando llegaron las fuerzas inquisitoriales españolas).
Nos hablan de culturas primitivas en otros continentes, de sacrificios humanos y antropofagia, y las contrastan con el “civilizado occidente”, como si la cultura europea no hubiese sido una cultura de sangre hasta el día de hoy, y como si no hubiesen ofrecido cuerpos humanos a las montañas de plata y oro, para luego llevarse estos elementos a la metrópoli.
Acusan a la izquierda y a los intelectuales que plantean una nueva visión del mundo, de buenismo, de practicar la teoría del buen salvaje. No deja de ser un argumento inverso para seguir perpetuando el eurocentrismo, ya que la decolonialidad no pretende otra cosa sino visibilizar tantos y tantos pueblos con sus modos de vida, sus culturas, su arte, sus construcciones, su filosofía, su pensamiento, que les fueron arrebatados por una cultura de cruz y espada impuesta a base de cañonazos.
La historia de África, de América y de Asia, ha sido distorsionada, interpretada desde una perspectiva europea y construida a base de prejuicios, incluso en países de América Latina y de África se sigue enseñando actualmente idéntica historia impuesta por los europeos. De esta forma, el eurocentrismo ha reducido al resto del mundo obviando la comprensión de la experiencia humana en su conjunto.
Los atributos que se le dan a los indígenas están en orden a convertirlos en fuerza de trabajo explotada. Hasta hoy ha sido así, la actualidad ha cambiado de cara al colonialismo, ahora no son unos conquistadores con armadura, cruz y trabucos sujetos a encomiendas y mitas, sino unas empresas multinacionales que siguen explotando los recursos en nombre de la globalización.
He intentado hacer un recorrido rapidísimo por la historia de las más conocidas culturas, casi como una mirada a mis postales aquellas tardes de verano. Creo que aquella caja me previno del prejuicio de pensar que cualquier parte del mundo fuera menos esencial que otra.
Espero haber suscitado algún hilo de debate al abrir en el recuerdo la caja de membrillo (“la caja del mundo” para mi infancia). Mi intención es compartir con el foro un viaje por los saberes que nos precedieron, por los que nos impusieron y por los que nos ocultaron.
Eirene