viernes, 23 de abril de 2021

ARTE Y PODER

Aprovechando que este año los inquietos madrileños no podían diseminarse, hemos empleado los días de la Semana Santa en darnos unos buenos y solitarios paseos por los jardines del Palacio de La Granja de San Ildefonso. Ya puestos, y sorprendidos gratamente ante tanta soledad, hemos visitado el interior del Palacio, algo que nunca antes habíamos hecho (por cierto, al 50% la entrada).


Palacio Real de La Granja de San Ildefonso

Nadie desconocerá el Real Sitio, pero no está de más comentar lo impresionantes que resultan los jardines, por sus dimensiones, y la cantidad de fuentes de todos los tamaños y ornamentos que allí se dan cita, en solitario, en ordenada sucesión, en planos idénticos o en armónicas pendientes; las innumerables esculturas, el cenador, el inmenso ‘mar’, los laberintos, el sólido muro que lo circunda todo… Una vez en el interior del edificio, salones de magnas proporciones y altísimos techos lujosamente decorados, pavimentos de mármoles policromados que dibujan las más diversas geometrías, sólidas columnas, deslumbrantes arañas, profundos espejos, nobles maderas con y sin pan de oro… un lujo cegador, en suma.



Parece ser que Felipe V, nieto del gran Rey Sol, quiso construirse un lugar de retiro donde la caza y la tranquilidad de la naturaleza fuesen su única compañía (años más tarde, Carlos III, con aire insigne se quitó el sombrero, muy lentamente bajó de su caballo y con voz profunda ordenó a sus lacayos enlosar de grandes lanchas de granito la margen del río Eresma, desde La Granja hasta el nacimiento del río, donde gustaba de pescar,  para no estropear sus escarpines). 

A ver, que me pierdo, volvamos a la visita. Sentados al fin en un banco minutos antes del cierre del recinto, desde donde la vista advertía la magnificencia del lugar, le pregunté al barbas si lo que contemplábamos era o no era la expresión desnuda y a la vez obscena del poder económico, y por ende, del poder en toda su extensión. Si lo que contemplábamos no era el lucimiento, la exhibición, la ostentación llana y plana de lo que dan de si muchos costales de oro.

Ahí empezó una conversación corta y sin pretensiones, que nos llevó a preguntarnos si el arte, especialmente el constructivo (catedrales, palacios, alcázares, pirámides, mausoleos…), hubieran existido –o hubieran existido tal como han sido- de no darse una acumulación de capital en unas pocas manos, y también, por supuesto, de no desear esas pocas manos dejar bien claro a todas las demás (vacías y esqueléticas, en comparación) con quién se las tenían. 

Porque nadie necesita que sus restos descansen en una tumba del tamaño de una pirámide, ni un hogar donde quepa un ejército, ni orar bajo la luz policromada que entra por una vidriera gótica…  En apariencia al menos, es pues el afán de exponer y lucir el poder (y de preservarlo y defenderlo, en el caso de puentes, murallas, almenas, torreones..) lo que ha conducido a la humanidad a emprender obras de arte constructivas que puede seguir admirando hoy en día, 

En ese sentido, sin una acumulación de capital de esas proporciones, es muy probable que estas obras no hubieran sido de la misma magnitud, ni desde luego hubiesen estado ornamentadas con la profusión y el lujo ‘innecesarios’ que lucían y mantienen... ¿o sí?




El hombre es un ser creativo y artístico que, con los más humildes materiales de que disponga, siempre expresará su emoción, siempre. Nuestra pregunta mutua era más bien si la expresión artística del hombre, de haberse dado otras formas de organización social y política, habría pasado por donde ha pasado… o, no habría llegado a donde ha llegado. Y por otro lado, si el arte en ese caso, no se habría convertido en  expresión de poder ni tampoco mercancía.

Adelante, ayúdennos a responder.


zim


[Conversar es un arte, amigos. Quien lo domina, no precisa más normas que su educación; ninguna norma convertirá en buen conversador a quien no domina ese arte y carece de educación.]