miércoles, 5 de junio de 2019

IGUALES Y POBRES VI


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El modelo social resultante de la revolución industrial brindó un esquema de productores desposeídos frente a inversores poseedores que creó el caldo de cultivo para el surgimiento de la filosofía del marxismo. La primera filosofía que, ciertamente de manera brillante a la par que sencilla y atractiva, venía a establecer un relato integrador y dinámico de todo lo concerniente a las condiciones materiales de la Humanidad.

Pero en su visión dinámica de la Historia, el Marxismo falló en preveer el futuro desarrollo de aquel esquema que a mediados de siglo XIX tan claro se presentaba. Porque a la profunda y estricta división en compartimentos sociales de un sucio Liverpool de 1850 que allanaba su análisis científico, le empezaban a brotar incómodas aristas en un sucio pero ya no tanto Berlín o Milán de 1900, menos explicable para la nueva ciencia social, y no digamos en el complejo crisol cosmopolita de un Nueva York o París de 1925.

Y no porque la profunda brecha de desigualdad comenzara a menguar. El capitalista de 1914 era sustancialmente más rico que el de 1850; ocurre que el trabajador de 1914, una vez adquirida una notable destreza especializada en su tarea, también, en la escala de sus modestas posibilidades. En definitiva, la creciente desigualdad contemporánea de una sociedad industrial avanzada no traía la revolución proletaria por la sencilla razón que las condiciones materiales del trabajador de 1914 eran mucho mejores que la del que conoció Marx, por mucho que su patrón nadara en una abundancia que el de 1850 no podía imaginar.

¿Por qué sucede esto si el poseedor no tiene ninguna intención de repartir lo poseído, sino al contrario llevar al desposeído a una condición cada vez mayor de desposesión?

En primer lugar, la sociedad nacida de las revoluciones decimonónicas deja la puerta abierta a la movilidad social (y geográfica, mental, cultural ...). Difícil o casi imposible, evidente, ascender de la desposesión material absoluta a una posesión que otorgue una posición relativamente desahogada. 

Pero no imposible porque las reglas de la comunidad lo impidan expresamente, algo que sí había ocurrido con las castas medievales y similares. Y menos imposible cuanto más se "agita" el viejo anquilosamiento europeo y asiático de tantos siglos, como se comprobará en numerosos casos, entrado el siglo XX.

En segundo lugar: el poseedor capitalista es ante todo, como señalé al principio, un inversor. El inversor no acumula para consumir  o vivir de las rentas, sino para producir, para crear. Crear para poseer más por un afán codicioso, sí, pero en esta intención egoísta por tener más el proceso resultante es un círculo virtuoso -tener para invertir, invertir para tener-, no para ser más iguales, claro que no, sino en el que todos poseen más, en la medida que lo permite su situación previa en el proceso y las situaciones cambiantes que otorgan algunas oportunidades, oportunidades propiciadas por y para la movilidad antes indicada.

Y en tercer lugar: allí donde se ensayan revoluciones igualitaristas, Rusia y China como ejemplos supremos, se demuestra que un objetivo igualitario acaba igualando hacia abajo en todas las capas sociales, por lo que el socialismo occidental, cuyo proletario concienciado ya de por sí tiene menos razones para revolverse que el productor oriental,  entiende implícitamente  -de forma explícita no pueden ni quieren por mantener la fe en el esquema marxista-  que su lucha por igualar, si pretende que esté dirigida hacia arriba, debe basarse en dejar libertad a la dinámica de la creación económica, y actuar a posteriori sobre la redistribución del producto de esa creación mediante las legislaciones públicas.

Mickdos