viernes, 21 de diciembre de 2018

IGUALES Y POBRES



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La pobreza siempre ha estado ahí desde que echamos la memoria hacia atrás y por eso parece una condena bíblica. Pero no lo es. De la pobreza se sale, constante y progresivamente, y la propia Historia da testimonio de ello. Podríamos decir que la Historia es el relato de la reducción paulatina de la pobreza primigenia de la Humanidad.

Los grupos humanos nómadas, la tribu, los clanes, no conocían las clases sociales, ricos y pobres. Este es el origen de una sentencia que se da por hecho pero que es errónea: la ausencia de pobreza es la ausencia de clases. No es así. Donde no hay clases, donde la igualdad social reina, la institución económica que por lógica se corresponde es el reparto colectivo de tareas y bienes. Para un reparto colectivo, las clases sociales son superfluas: sencillamente no existen porque no hay necesidad histórica de ello.

Vaya "jauja", podrá pensarse, no hay división entre ricos y pobres, ni peligro de que surja si se mantiene esa forma de vida social ¿Pero significa que todos tienen cubiertas sus necesidades? Ni mucho menos. Un igualitario nivel de bienestar material porque se reparte la riqueza disponible entre todos, no equivale a un digno nivel de estado material bajo cualquier estándar, desde que la "cuestión social" está sobre la mesa. De hecho, así les sucedía a los grupos nómadas, que en cuanto pudieron dejaron de serlo.

El modo económico que se corresponde con esta etapa sin división social es el llamado de autoproducción o autoconsumo, es decir, produces únicamente lo que vas a consumir, sin más horizonte espacial que la cantidad de bienes que puedes transportar, y horizonte temporal del que un alimento perecedero tarda en pudrirse. Y el bienestar material resultante de este modo sólo cabe ser calificado de auténtico y genuino malestar. De precariedad absoluta de la vida y lucha diaria por la supervivencia. Es falsa por tanto esa equivalencia que se suele hacer entre igualdad social y ausencia de pobreza traída por el reparto colectivo.

Sabemos que la revolución neolítica lo cambia todo. La agricultura, el sedentarismo, la acumulación de un excedente, el desarrollo de la tecnología y la división del trabajo, y con ello la aparición del comercio, las ciudades, el Estado ... y las clases sociales. Los ricos y pobres. Un paso cualitativo trascendental del que no hay vuelta atrás. Pero nos quejamos amargamente porque ello significó el fin del reparto colectivo de la autoproducción, de la institución económica que se correspondía, necesariamente, con una sociedad sin clases, sí, pero también de la ausencia de un bienestar material mínimamente digno para nadie.

Mickdos