Uno cuando oye hablar a Rajoy de Garantías democráticas, se
le pone los pelos como escarpias. Y cuando le oye hablar de legitimidad
democrática, entonces ya se le caen los cojones al suelo. Y dependiendo de
hacia dónde mire el ínclito, la situación puede llegar a alcanzar las ganas de
emigrar o de que la tierra me trague de una puta vez por todas.
A ver, ¿qué nos tiene que contar Rajoy sobre Venezuela,
además de servirle de parapeto para ocultar sus propios desmanes
antidemocráticos?
Porque, ¿qué garantías democráticas puede ofrecer alguien
que mintió hasta que se quedó harto de tanto mentir, y qué legitimidad
democrática tiene quién protege a los corruptos desde la manipulación del Poder
Judicial o el trasiego que hace con los medios de comunicación? Voy más allá,
¿quién puede ofrecer garantías democráticas en el momento y hora en que lanza
una serie de promesas en campaña electoral a sabiendas de que no las iba a
cumplir? Incluso voy a ir más allá. ¿Quién es capaz, quién tiene el suficiente
cuajo, quién tiene tan poca vergüenza, para alzarse al mayor garante de
legitimidad democrática, después de haber ido dopado a todas las elecciones,
después de haber manejado dinero en B por millones, y después de haber
legislado en contra de su propio pueblo?
Es por esto que insisto en que, cuando hablemos de
“garantías democráticas” o de “legitimidad democrática”, debemos fijarnos bien
en quién lo dice, porque nos podemos encontrar con auténticas aberraciones a la
hora de valorar si quién lo dice lo hace con la verdad, si está legitimado para
decirlo, o si simplemente lo dice porque persigue otros intereses muy lejanos
estos de cualquier sentido o talante democrático, y por supuesto, de cualquier
garantía democrática.
Otra cosas distinta será cuando se descubra fraude electoral
en España a través de un pucherazo monumental que quedará para los anales de la
historia, como el engaño más grande jamás cometido en los últimos doscientos
cincuenta años de la humanidad.