sábado, 17 de diciembre de 2016

ESPAÑA Y LOS ALGORITMOS

La zapatiesta del PSOE, que amenaza cronificarse, tiene en Zapatero a un buen aliado. La ha liado, ahora, al tomar partido por Susana Díaz, antes de que ella misma se haya postulado como candidata en un congreso que aún no se atisba en el horizonte. Mientras tanto, Pedro Sánchez persevera con ahínco en su peregrinación a lo largo y ancho del país, recabando apoyos populares, cual nazareno por tierras de Judea.

La sociedad española vive sumida en un sinvivir producto de la distopía hegemónica de una clase política que se ha perpetuado a lo largo de su historia, construida sobre dogmas delirantes tales como su supuesta tradición cristiana (borrando de un plumazo el arrianismo anterior a Recaredo, los ocho siglos de dominación árabe o el agnosticismo bastante generalizado en el siglo XIX y el primer tercio del XX), la idealización de una nación que ha de perpetuarse eternamente como una unidad de destino en lo universal con vocación de imperio, la incuestionada estructura estamental de la sociedad.

Hoy quieren convertirnos a los españoles en camareros a tiempo parcial; en cualquier otro sector económico que no sea la hostelería somos improductivos. Pero, como hay que mantener las universidades abiertas, pues hagamos de ellas fábricas de mano de obra barata para el mercado laboral exterior. A España se viene a comer, beber, echar la siesta y cocerse cual langostino en la playa. Bueno, y a ver fútbol.

Las muchas crisis que padecemos a nivel mundial se podrían resumir en una sola: la pandemia del maldito algoritmo. A finales de la década de los ochenta del siglo pasado, surgió el primer brote de esta enfermedad: el Control Numérico. Algoritmo que vino a sustituir los trabajadores de la industria manufacturera por máquinas-herramienta, robots. A partir de ese momento, la enfermedad se expandió como una plaga. Los algoritmos se desataron. Llegó el algoritmo que invadió viviendas y oficinas, enganchando a toda la población mundial a una red telemática repleta de servicios gratuitos. La prensa, la industria discográfica, los centros de formación, los pequeños comercios, están siendo borrados del mapa por sus análogos virtuales. Y lo que te rondaré.

Más pronto que tarde, todas las actividades humanas productivas serán sustituidas por los algoritmos. A todo profesional le llegará su algoritmo letal. No se me ocurre ni un solo oficio que no pueda ser resuelto por un algoritmo. La inteligencia práctica del ser humano está siendo sustituida por la inteligencia artificial a pasos agigantados. Llegará el día en el que no se necesite a nadie para llevar a cabo una actividad productiva. Si a esto añadimos que vamos en camino de descubrir el algoritmo que te garantice unos pingües beneficios especulando en la bolsa desde tu celular, pues, no sé yo en qué puede acabar todo esto. Igual alcanzamos el paraíso terrenal y nos libramos de la maldición bíblica que nos condenaba a vivir con la frente sudada. Lo que es más probable es que lleguemos al 100 % de paro.

Mientras tanto, en su concepción imperialista del Estado, el PP manda a una adelantada a Catalunya para cuidar del buen gobierno en ese virreinato. Y el PSOE sigue enredado en su zapatiesta, uniendo su destino al del PP, el partido que aún no se ha enterado de que está al acecho el algoritmo que le devolverá a las tinieblas del siglo XVI, de donde no tenía que haber salido nunca. Ese algoritmo justiciero tiene color morado.
Felices fiestas al personal.

Croniamental

sábado, 3 de diciembre de 2016

SOFÍSTICA: LA PERVERSIÓN DEL ELOGIO AL SABER.

La sofística empezó bien, pero acabo mal; como casi todo lo bueno que se pone en manos del común. Eurípides habla de “la sabiduría práctica del buen gobierno”. El caso es que los autoproclamados sofistas se debieron de extraviar un poco, pues el bueno de Píndaro acabó despreciándolos, llamándolos “charlatanes”. 

En un principio, sofista era aquel que se dedicaba a la enseñanza de la sabiduría, creo yo, en términos socráticos; es decir, para el buen gobierno de la ciudad uno ha de ser virtuoso, ha de perseverar en el cuidado de uno mismo, entendiendo –como pensaba Sócrates- que uno era su alma, el cuerpo algo que pertenecía al alma (pues era aquella la que gobernaba a este y no al revés)  y los zapatos, camisetas y abalorios varios y diversos, propiedades del cuerpo. De tal manera que uno era, básicamente, su alma. Por lo tanto, era a ella a la que debía dedicar especial atención aquel que pretendía gobernar a sus semejantes.

Luego llegó la quinta de Protágoras y la cosa cobró un cariz muy distinto. Protágoras fue el primer sofista profesional de la Historia; mucho antes que Antonio Garrigues Walker, Luis Romero, Le Morne Brabant, o tantos otros picapleitos de fortuna. El sofista, al estilo Protágoras, era aquel capaz de engordar todo argumento débil y dotar a sus clientes del don de la impunidad; obviamente, cobrando un pastón y despreciando la máxima virtuosa que predicaba Sócrates y que, al fin y al cabo, le llevó a la cicuta. Sorprendentemente, Protágoras (por encargo de Pericles) fue el primer redactor de una constitución en la que se recoge la enseñanza universal y gratuita.

De la manera en que Heráclito, Hegel y Feuerbach componen el forjado histórico sobre el que se ha construido el materialismo histórico (pensamiento epistemológico que nos permite, con cierta solvencia, explicar las transformaciones sociales a través de la historia), la sofística podría iluminarnos en la compleja construcción del individuo quien, cuidándose de sí mismo –desde el punto de vista socrático-, acaba siendo capaz de gobernar, de hacerse cargo de los asuntos de la comunidad de manera virtuosa.

Pues, para no extenderme más (y yendo al arroz), he de manifestar mi percepción de que en este país hay dos categorías de representantes públicos: los sofistas la estilo Eurípides (repúblicos de la política) y los sofistas estilo Protágoras (especuladores del politiqueo). En definitiva, cuando a Podemos se le califica de “populista”, el que lo hace se está definiendo como “elitista”. De modo y manera que, si he de elegir entre el populismo y el elitismo, sin duda, me quedo con el primero. Pueblo contra élite, son ellos, los elitistas los que lo tal dicotomía han significado. No yo (si no, que se lo pregunten a Sócrates).

Croniamental